crítica musical

Un viaje sensorial

Entre2Uno encadena una historia con otra y esa otra con la siguiente. Cambiando los instrumentos y cambiando los registros a una velocidad vertiginosa

Un viaje sensorial abc

maría ameneiros

Lo más pesado de hacer largos viajes es el propio viaje en sí. Las horas de avión, los madrugones, el jet lag, las maletas, los controles. Un verdadero coñazo. Ahora, y lo bueno que es abrir la mente al llegar a destinos tan distintos y contaminarte al conocer a sus gentes, la cultura popular, la música. Todo esto te deja nuevo, te sana y francamente te deja una sensación muy intensa de que "ha valido la pena" llegar hasta tan lejos.

Yo, el viernes pasado, y sentada cómodamente en la butaca del Guiniguada (Las Palmas de Gran Canaria), me ahorré las horas de avión. Me comí un largo viaje sensorial sin tener que enfrentarme a las largas distancias. Salí de Canarias, de nuestra rica cultura popular, y me fui 'pa Cuba', donde disfruté del son, del cajón y de esos temas cargados de tremenda nostalgia y pasión. Después me fui a Brasil, donde sentí ese cancionero elegante de la bossa nova con esos temitas susurrantes —estilo Paula Lima— que entran tan bien a cualquier hora del día. Digamos que entran igual de bien que las caipirinhas pero con una resaca más que aprobable.

Volví a coger el avión y tomé rumbo hacia el hieratismo y la rigurosidad de Japón. Vi sus colores intesos, estampados, vi hasta los kimonos y sus típicos abanicos. Todo ello concentrado en un fino cuerpecito del que salían los tonos más agudos, los de una auténtica soprano, que lo mismo danzaba con los abanicos coloristas de Japón, que cantaba ópera o con sus finos dedos a toda velocidad dominaba piano y teclados de un espectáculo sin parangón. Regresé a América y me di un paseo por los musicales de Broadway, en la mismísima Nueva York, saboreé el taconeo rítmico y frenético del claqué, asistí a alguno de los innegables temazos de la diva del soul por antonomasia -Aretha- pero elegantemente versionados.

¿Y saben qué? Todo eso lo hice en una hora y media condensada en un espectáculo ofrecido por nombres propios en Canarias. Enganchados en esta ocasión a una fusión tan loca que parecía hasta retorcida cuando leí previamente sobre ella. Cada 3 o 4 minutos, el avión pegaba un giro en los mandos y a dar saltos por medio mundo. Cuando el aparato se para ya en seco, sales sin mareo, sin el odiado jet lag y con la mente clara y activa intentando recordar todos los sitios donde estuviste. Todo esto es Entre2Uno. Un espectáculo que ahora mismo custodian Tomás López Perea, Satomi Morimoto y Virginia Guantanamera, acompañados por el guitarrista Javier Infante y el enorme bailarín y coreógrafo Jep Meléndez. Puro eclecticismo.

Dice la teoría que la fusión de dos o más culturas puede romper seriamente con las identidades de las involucradas, que genera temor o pérdida de identidad en uno o en ambos lados, además de suscitar dudas en cuanto a la nueva identidad resultante, pero nada de esto pasa con Entre2Uno.

La experiencia y el talento que aportan sus protagonistas, cada uno con el dominio absoluto de lo suyo, es un acierto. En un show de jazz fusión solo hay que saber unir bien las piezas, con una cierta coherencia dentro del caos que ya supone recoger testimonio de tantos sitios, y no dejando lugar al espectador espacios temporales demasiados grandes para preguntarse, ¿y qué harán ahora? Sino seguir y seguir. No parar. Encadenarlo. Una historia con otra y esa otra con la siguiente. Cambiando los instrumentos y cambiando los registros a una velocidad vertiginosa. De manera que el que visiona deje de preguntarse. Solo disfrute con ellos mismos en ese mismo avión compartido, embarcado en el mismo viaje sensorial que sus protagonistas.

¿Cualidades? Todas. Satomi desde su Tokio natal te envuelve con ese timbre operístico, su velocidad en los teclados, pasando por el escenario con los famosos abanicos japoneses y realizando algo de coreografía oriental. Tomás lleva el control desde el centro del escenario con instrumentos que aportan la base musical jazzística (bajos, guitarra, contrabajo), si bien se atreve también cantando "en brasilero" (bien acompañado por Javier Infante). Y le pone también el picante al show mencionando acerca del nombre que "entre dos, pues uno, y ése soy yo".

¡Y qué decir de Virginia Guantanamera! Ese torbellino, ese torrente de voz que no sabemos qué es lo que le va mejor, si el sonero cubano, la elegancia de una buena bossa nova o el atrevimiento con versiones como el 'You make me feel like a natural woman' arethiano, que todo te deja sin aliento. Destaca en ella, pero de manera primorosa, una voz tan melódica que no necesita acompañamientos de ningún tipo.

Dos estilos -los de las féminas- completamente distintos y sin embargo 'encajantes' hasta para marcarse una nana intimista sentadas en un sillón bajo foco. Dos personalidades muy dispares, porque a la 'Guantanamera' se le nota que es un terremoto, pero con un pedazo de swing que no puede con el. Evocan las dos con plenitud ese talento tan marcado que tienen los isleños, cada una en su ámbito.

Por si fuera poco, les acompaña el "cambuyonero" Jep Meléndez. Un hombre que hace música con lo que sea. Esta vez con sus pies. Lo conocí en el espectáculo Cambuyón, donde varios bailarines hacían música con sus manos, su cuerpo, con todo. En este caso, Jep estuvo sobresaliente. Primero en un solo espectacular de claqué y algo más tarde, y bajo los agudos de Satomi, aportó nuevos sonidos bailando "sobre sal" en las tablas.

Termino coincidiendo con ustedes en que solemos ser cuadriculados hasta para ver un espectáculo. Compramos una entrada y queremos saber bien lo que vamos a ver. Termino coincidiendo con muchos de los lectores en que las fusiones son arriesgadas. Termino coincidiendo en que la originalidad es un siempre un arma de doble filo y una etiqueta engañosa, porque aportada a un espectáculo es algo que puede o salir muy bien o salir terriblemente mal. Pero insisto, nada de esto ocurre en Entre2Uno.

Un viaje sensorial

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