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Truculentas historias de ilustres cráneos

Sigue siendo un enigma dónde está la cabeza de Goya, a cuyo cadáver se la arrancaron; mientras, del Papa Luna está perdida toda su osamenta, menos su manoseado cráneo

Truculentas historias de ilustres cráneos ABC

Roberto Pérez

La búsqueda de los huesos de Cervantes sigue rodeada de incógnitas analíticas por despejar en el laboratorio. Pero, al menos, se sabía dónde buscar su osamenta –la cripta de la iglesia de las Trinitarias de Madrid– e indagar en su tierra de descanso eterno.

En otros casos, sin embargo, el misterio sigue abierto y las pistas para seguir el rastro de huesos ilustres hace tiempo que se antojó misión imposible. Así ocurre con dos nombres propios de españoles que han pasado a la historia universal: Francisco de Goya y Benedicto XIII, el Papa Luna.

Ambos comparten situación, pero en antítesis esquelética: al primero le falta el cráneo; al segundo, todo menos la cabeza. Ni uno ni otro han encontrado el reposo eterno de sus huesos alcompleto.

Protagonista del Cisma de Occidente

En el caso del Papa Luna, las crónicas históricas achacan la culpa a las tropas francesas que camparon –y guerrearon– en España en la Guerra de Sucesión, a principios del siglo XVIII. El protagonista del Cisma de Occidente murió en 1423 su aislamiento resistente de Peñíscola, acantonado defendiendo su legitimidad papal no reconocida.

Nunca olvidó su localidad natal, Illueca. Miembro del noble linaje de los Luna, la casa en la que nació era el palaciego fortín que sigue coronando la panorámica de este municipio zaragozano y que desde hace años es sede de uno de los establecimientos de la red de Hospederías de Aragón.

El caso es que el Papa Luna (Pedro Martínez de Luna y Pérez de Gotor) tuvo el deseo de que, a su muerte, recibiera sepultura definitiva en su tierra natal. Y así se hizo. Allí reposaron sus restos en paz hasta que, al parecer, durante la Guerra de Sucesión tropas francesas asaltaron el castillo de los Luna y lo saquearon con esmero, hasta la tumba de Benedicto XIII . Cuenta la memoria popular que se deshicieron de la osamenta en un barranco y que alguien rescató el cráneo de ese abandono sobrevenido.

El cráneo acabó perteneciendo a los Condes de Argillo e integrando el patrimonio del palacio de estos nobles en Saviñán, población próxima a Illueca. En el año 2000, fue robado por unos muchachos, sonada travesura que la Guardia Civil resolvió, recuperando el cráneo en perfecto estado poco después. Su siguiente alojamiento fue el almacén del Museo Provincial de Zaragoza, donde sigue aguardando mejor destino tras haber sido declarada la ósea testa Bien de Interés Cultural (BIC).

El misterio de la testa de Goya

El caso contrario es el de Francisco de Goya: constan todos sus huesos, excepto la cabeza. Tras morir en su exilio de Burdeos, su osamenta ha pasado por varios alojamientos: primero, la tumba de Burdeos; después, una vez en España, la madrileña sacramental de San Isidro, donde reposaron sus restos desde que llegaron a Madrid, en 1899, hasta que el 29 de noviembre de 1919 fueron trasladados a su definitiva sepultura en la iglesia de San Antonio de la Florida.

Pero en todo este trasiego, la cabeza de Goya se quedó por el camino, en desconocido paradero. Tras gestiones oficiales entre los gobiernos español y francés, se autorizó y preparó la exhumación del esqueleto de Goya en Burdeos. Tuvo lugar el 16 de noviembre de 1888, y los allí presentes se quedaron boquiabiertos cuando, al abrirse el féretro, se comprobó que faltaba la cabeza.

¿Qué fue de ella? 127 años después la pregunta sigue sin tener nítida respuesta. No ha habido desde entonces más que hipótesis: que si al morir, quizás por expreso deseo del pintor nacido en Fuendetodos (Zaragoza), se confió la cabeza en secreto con ánimo de conservación especial o ánimo científico; que si fue después cuando se la llevaron... Años después de la accidentada exhumación de Burdeos, una lugareña que había presenciado el cuepo yacente y posterior entierro de Goya aseguró con absoluta certeza que había sido sepultado entero.

Curiosamente, para la posteridad quedó un cuadro de tétrica temática: Cráneo de Goya, es el nombre de la artística pintura. Y es que lo único que aparece en el lienzo es eso, el cráneo. Lo pintó el asturiano Dionisio Fierros en 1849. En el reverso del cuadro se dejó escrito que había sido pintado tomando como modelo el cráneo de Goya y la explicación la rubricaba, a modo de fedatario, del marqués de San Adrián.

El caso es que esa imagen pintada es lo único que queda del cráneo de este pintor universal. La física testa, sigue perdida.

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