Cinco pueblos con encanto en la provincia de Alicante
juan carlos soler
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Cinco pueblos con encanto en la provincia de Alicante

Preciosos municipios por todo el territorio alicantino para disfrutar de todos los atractivos que ofrece la región

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Preciosos municipios por todo el territorio alicantino para disfrutar de todos los atractivos que ofrece la región

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  1. Altea

    juan carlos soler

    Uno de los municipios que mejor aúna el binomio que rige el atractivo natural de la provincia de Alicante: mar y montaña. Altea se constituye como una encantadora villa empedrada sobre una montaña que termina en el Mediterráneo. Su disposición respecto al litoral y la altitud de su casco antiguo provoca que desde distintas zonas del pueblo haya una perspectiva espectacular del agua, que puede vislumbrarse a la perfección.

    Un lugar perfecto para el descanso vacacional y las escapadas menos masificadas, con una gran oferta gastronómica y muchos puntos de interés para visitar. Sus calles perfilan la inclinación del pueblo hacia el mar, con edificios artísticos en la zona antigua, museos de lo más interesantes (vale la pena visitar el Museo Étnico de la Música) y playas de calidad a lo largo de unos seis kilómetros de costa local.

    Cuestas y callejuelas que mezclan lo mejor del Albaicín granadino o la ibicenca Dalt Vila con un carácter propio, reposado y artístico. No en vano, una de las principales universidades de la Comunidad Valenciana tiene en Altea su campus de Bellas Artes; toda una inspiración para creadores, que en un ambiente de paz y sosiego pueden utilizar como musa a esta bella población.

  2. Castillo de Guadalest

    juan carlos soler

    Atesorar el título de «pueblo más visitado de España» (sin contar ciudades) no es casualidad. La proximidad de Benidorm y ese estatus de enclave singular por varias razones hacen del Castell de Guadalest una visita imprescindible en la Costa Blanca. Este núcleo de apenas dos centenares de habitantes tiene su zona antigua sustentada en la roca y una de las mayores concentraciones de museos en menos espacio, sobre todo, varias salas con enigmáticas miniaturas, como cuadros famosos solo observables con lupa o casi microscopio, en el ojo de una aguja o un grano de arroz.

    Las vistas de sus alrededores retratan el paisaje de interior mediterráneo con pinadas y monte empinado (el pueblo está a más de 500 metros de altitud y cercano a la Sierra de Aitana, nevada todos los inviernos) además de un embalse de aguas extrañamente azuladas, que se puede visitar a pie o en barco.

    Echar un ojo a su mazmorra, recorrer una casa del siglo XVIII con todo sus aperos o comprar delicias de la zona como la mistela o los nísperos en almíbar también animan el recorrido.

  3. Guardamar del Segura

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    Quizá contravenga más de una ley vigente y escandalice a los más respetuosos con el medio ambiente, pero lo cierto es que las casas que Guardamar del Segura tiene en primera línea de playa le dan un cierto encanto vetusto. Literalmente encima de la arena, totalmente comidas por la cercanía del salitre e indefensas ante las mareas altas y el oleaje tormentoso, estas construcciones se han convertido en todo un símbolo de la población.

    Pero Guardamar es mucho más. Conocido también por sus espacios verdes, como la pinada que se extiende a pocos metros del litoral. Un reducto de sombra, frescor y aire limpio en una localidad cuya estratégica situación entre el bosque, el mar y la desembocadura del río Segura supone un marchamo de singularidad y una garantía de recursos naturales.

    Otra de las señas de identidad indudables de Guardamar son sus dunas, que jalonan el litoral de la localidad formadas por arena que escupe el Mediterráneo a lo largo de los 11 kilómetros de playas que rodean el pueblo por el este. Todo un abanico de reclamos para deleite de los amantes de la naturaleza que se suma a un coqueto centro histórico y muchas y muy buenas opciones para parar a comer.

  4. Sax

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    Una de las fortalezas que ofrece mejores estampas nocturnas, erigido encima de un cerro peñascoso y con una iluminación que pone en peligro a los conductores que circulan por la cercana autovía de Alicante-Madrid. Límite fronterizo de múltiples batallas durante siglos entre moros y cristianos, escenario por lo tanto que nutrió estas tradiciones tan arraigadas en el mediterráneo, también ofrece estos festejos, del 1 al 5 de febrero, con sus desfiles (Entradas) de comparsas. El Ayuntamiento organiza visitas guiadas y gratuitas y los domingos, aunque cualquier día se puede acceder simplemente pidiendo la llave a la Policía Local.

    Para tomar energía y subir a este castillo con historia, la gastronomía local tiene garantías, con gazpachos sajeños, gachamiga, borreta de bacalao, trigo picado y embutidos caseros, que se pueden regar con vinos «Castillo de Sax» y el recio de más graduación «El Tropezón».

    A pocos kilómetros, además, se encuentra la pedanía Colonia Santa Eulalia, aldea minúscula que en su momento albergó una comuna y hoy tiene el aliciente de contar con un restaurante (Don Gil) donde se puede comer dentro de un tonel.

  5. Moraira

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    Un pequeño paraíso en la comarca de la Marina Alta, en un saliente que la Comunidad Valenciana tiene ganado al Mediterráneo para disfrute de propios y extraños. Moraira es un lugar de paz, de preciosas playas y de una riqueza natural excepcional. Cada pequeño detalle caldea los corazones de sus visitantes, con rincones plagados de encanto y un aura de oasis lejos de masificaciones y agobios propios del estío.

    Su pequeño castillo sobre las rocas junto al mar, al igual que los pájaros esculpidos por Antoni Marí, son dos de los polos de atracción de miradas junto al principal núcleo poblacional. El casco urbano, pegado a la playa, se agolpa sobre la montaña aportando una perspectiva bidireccional única: la singularidad de ver el mar desde tan cerca y tan alto, y la belleza de echar la vista atrás desde la playa y ver el municipio agolpado ante los ojos.

    Por algo es uno de los lugares preferidos para extranjeros que fijan su segunda residencia en esta zona del Mediterráneo. Moraira es uno de los puntos álgidos de la Costa Blanca, que reúne en su limitado territorio el clima, la gastronomía y el estilo de vida de toda una región, pero llevándolo a un punto más elevado. La localidad donde la Costa Blanca recibe su nombre.

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