COSAS MÍAS

Pablo y Albert con Jordi

A este paso, a los de Ciudadanos les van a llamar la marca blanca de Podemos y no la marca blanca del PP

Edurne Uriarte

LA tentación progresista es más difícil de resistir que la tentación rubia para las morenas, que ya es decir; hasta yo me he dado unas mechas un poco más claras. El progresismo cotiza mucho más alto que la derecha, es el rubio de la política en España, y Albert Rivera quiere ser más rubio, como casi todos. Lo que incluye gustar a Jordi Évole, ese icono del progresismo, y coleguear con Pablo Iglesias en esa impagable imagen –para la campaña electoral del PP, quiero decir– de sus confidencias en el asiento trasero de la furgo. Como si, en la derecha, Sarkozy colegueara con Marine Le Pen en la parte trasera de la furgoneta, cómo cuesta imaginarlo…

Aquello acabó como no podía ser de otra manera, con Pablo rendido al encanto de Albert: «Como esto siga así, nos presentaremos juntos a las elecciones». Y con Albert tan enfrascado en su propósito de gustar a Jordi que hasta tuvo un lapsus con Otegi, o eso quiero creer. Cuando Jordi les preguntó si indultarían a Otegi y respondió Albert que Ciudadanos está en contra de los indultos a los políticos. ¿A los políticos? ¡Ay! Ha olvidado Albert que Otegi está en prisión por pertenencia a la banda terrorista ETA y no por corrupción, precisamente. Claro que si te lo pregunta Jordi Évole, el mismo de aquella otra memorable entrevista de colegas a Otegi en 2009 –«¡Qué fuerte, es la primera vez que entrevisto a un líder de la izquierda abertzale!», le saludó emocionado–, se lía hasta un político tan hábil como Albert Rivera.

En todo lo demás no se lió, lo hizo con pleno convencimiento. Tanto que, a este paso, a los de Ciudadanos les van a llamar la marca blanca de Podemos y no la marca blanca del PP. «Por suerte, no somos de derechas», interrumpió nervioso Rivera a Iglesias cuando este le citó al presidente del Sabadell y aquello de que «hace falta un Podemos de derechas». Pues Rivera no lo quiere ser. No hace ascos a la palabra «izquierda», pero huye cada día a más velocidad de la palabra «derecha». Nadie quiere ser moreno, y menos si vas al programa de Évole, que es como querer triunfar de modelo en el Vogue de Anna Wintour con el pelo moreno y los ojos marrones.

Rivera se fue allí a conquistar ese voto joven que le mira con tan buenos ojos y dijo todo lo que diría Pedro Sánchez, y hasta Iglesias. Incluso recordó el 11-M y asumió la cantinela socialista de que el Gobierno mintió. Después vino lo de subir los impuestos a los «ricos» –a partir de 55.000 euros es usted rico–, lo del salario complementario para los que ganen menos de 10.000, que pagarán los anteriores, lo de la nueva reforma laboral para que haya un contrato indefinido para todos y no te echen, y lo del capitalismo de amiguetes. Hasta de exigir el IBI a la Iglesia se acordó.

Évole estaba feliz, y no era para menos, otro rendido a las virtudes del progresismo. Y el PP aislado, que dirían ellos. Y con todo el campo ideológico de la derecha para él solo, que es la otra lectura de esta vertiginosa carrera de Ciudadanos hacia la conquista del voto progresista. Que la derecha sigue representada por un solo partido, a falta de una Le Pen española que le dispute a los más radicales. A corto plazo, le queda de la derecha a Ciudadanos el voto de castigo al PP por la corrupción. De esos votantes de derechas tan enfadados que hasta van a votar a un partido que «por suerte, no es de derechas», como le dijo Albert a Pablo, y a Jordi.

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