vidas ejemplares

Ya lo dice Bob

«Los Gobiernos no crean los empleos, los crea la gente»

Luis Ventoso

Todos tenemos nuestro pequeño altar de personajes a los que admiramos. Entre los clásicos vivos que me interesan figura Robert Allen Zimmerman, el baqueteado trotamundos descendiente de abuelos judíos ucranianos y lituanos. A sus 74 años sale casi a concierto por noche, porque ha concluido que su Gira Interminable es un deber moral, su misión en la tierra. Esta noche canta en París y desde el miércoles se encierra cinco veladas en el Royal Albert Hall de Londres, a donde habrá que acudir a venerar su legado, incluso a sabiendas de que su actual voz cazallera le zurra duro a su poesía.

Bob Dylan llevó la canción a la edad adulta, ni más ni menos, y con sus brochazos un poco impresionistas ha dejado radiografías tremendas de la desolación, el amor y la extrañeza de vivir. Es tal vez el mayor poeta vivo, pero no le dan el Nobel de Literatura ni de coña, porque son unos snobs, que priman la política -«el compromiso», para ser exactos- sobre el arte genuino. Además de un gran artista picassiano, Bob es también un habilidoso hombre de negocios. Ha exprimido su legado como un limón y está forrado. No tiene remilgos en prestarse para anuncios de televisión (en el último hace algo tan chusco como charlar con un robot acerca de su creatividad). Saca perras hasta de su afición a la pintura. Esta semana un amigo y yo entramos a husmear en una galería londinense donde exponían sus cuadros, un poco de Van Gogh amateur, y nos quedamos blancos al ver que costaban lo que un piso en España.

En resumen, Dylan es un personaje vivido y muy inteligente, un tipo que ve crecer la hierba. Y en una de las rarísimas entrevistas que concede acaba de decir algo que debería escucharse, aunque en realidad cae de cajón: «En ninguna parte está escrito que una de las responsabilidades de los Gobiernos sea crear empleos. Eso es una falsa premisa. Pero si te gustan las mentiras, pues créetelo. Los gobiernos no crean los empleos, los crea la gente, y esos grandes multimillonarios son los que pueden hacerlo».

Es muy interesante, porque es una idea sencilla, pero que la mayoría de los partidos políticos españoles todavía no han asimilado: los puestos de trabajo los crea la iniciativa de los empresarios y no las subvenciones, los sindicatos o los planes de choque estatales para la reindustrialización (miren los exitazos Ferrol y Cádiz). ¿Resulta una perogrullada tener que repetir a estas alturas lo que sostienen Dylan y Adam Smith? Puede ser. Pero lo cierto es que oráculos como Sánchez, Iglesias Turrión y los populistas de plataformas, mareas y tinglados varios todavía no lo han pillado. Repasando el primer esbozo de programa económico de Sánchez no aparece una sola idea que apunte a hacer la vida de los empresarios más sencilla, ni nada para convertir a España en un país más atractivo para la inversión exterior.

«Los tiempos están cambiando», advertía el joven Dylan profético hace ya 50 años. Pero algunos de nuestros líderes, tan fotogénicos, chupis y coletudos, se han quedado anclados en los planes quinquenales de Leonidas Brevnez. Como decía Bob: «¿Qué cuál es mi mensaje? Ten buena cabeza».

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