UNA RAYA EN EL AGUA
Ahí al lado
Ante un macrorrescate se puede reaccionar como los griegos o como los portugueses. Grecia está hundida y Portugal flota
LA vida en Portugal no ha sido fácil en estos años, desde que en 2011 el Gobierno socialista pidiese el rescate. Un rescate macro –sí, el que en España evitó Rajoy– que hipotecaba toda la economía nacional y la supeditaba al dictado de la temible Troika comunitaria. Con los hombres de negro de Bruselas instalados en los palacios del Terreiro do Paço. Con subidas de impuestos, bajadas de pensiones y de sueldos, recortes de servicios públicos y despidos de funcionarios. Con un salario mínimo de 500 euros. Con una recesión pavorosa y un ex primer ministro en la cárcel por corrupción. Con medio millón de jóvenes emigrados. Con la soberanía nacional secuestrada por las cláusulas del memorándum.
Cuando sucede algo así la gente puede reaccionar como los griegos, buscando culpables ajenos, impugnando la deuda como una tiranía de los mercados, echándose en brazos de fantasías demagógicas de populismo iluminado. O puede hacerlo como los portugueses, con un esfuerzo de realismo pragmático. Grecia está hundida y Portugal flota: vuelve a crecer y dispone de financiación propia tras haber devuelto parte de los préstamos por adelantado. Es más pobre que antes de la crisis, bastante más, pero tiene salidas, respiraderos, crédito y confianza para seguirlo buscando.
La vieja utopía sebastianista, el sueño mágico del rey redentor que aún late en el alma colectiva portuguesa, ha quedado aparcada en beneficio de una mentalidad de enfoque práctico. Acaso la misma que a finales del siglo XX rechazó en referéndum un modelo autonómico del Estado. El Gobierno de centro-derecha ha resistido el desgaste del ajuste duro, aunque dejándose las plumas de la mayoría absoluta en el empeño. El líder opositor socialdemócrata desoye por el momento a una izquierda radical que lo anima a aliarse contra el vencedor de las elecciones para voltear los compromisos de pago. Seriedad y utilitarismo. Responsabilidad dirigente frente a las tentaciones de tomar atajos. Passos-Coelho, el primer ministro conservador, no es un político especialmente carismático, pero ha hecho política en la calle y ha mirado a la gente a la cara. Ha aplicado con firmeza los recortes sin olvidarse de hablar con quienes tenían que soportarlos.
Pero si la nación vecina mira hoy al futuro con una cierta estabilidad y un atisbo de alivio es sobre todo por el talante con que han enfocado la crisis sus ciudadanos. Tipos con fama de melancólicos que han sabido afrontar sus problemas sin caer en victimismos exculpatorios. Tenían derecho a la pesadumbre, a la desconfianza y hasta a la cólera pero sabían que no lo tienen a lamerse los desengaños. Madurez, paciencia, sacrificio; paradigmas anglosajones de un país acostumbrado a mirar al Atlántico. El estereotipo portugués dibuja la caricatura de un paisanaje taciturno, conformista y resignado. Quizá se trate, simplemente, de un pueblo sensato.