VIVIMOS COMO SUIZOS

Doña Francisquita

El expresidente José María Aznar es uno de «Los otros», los que no están ahí pero se aparecen

Rosa Belmonte

Victoria de los Ángeles sólo tuvo un discípulo, el barítono Iñaki Fresán. Lo preparó para ser el nuevo Dietrich Fischer-Dieskau, pero en cuanto Fresán tuvo la técnica completa se dedicó a cantar zarzuela y roles no apropiados para la voz que la soprano catalana había formado. Se sintió defraudada. Como Aznar con Rajoy, al que ungió con perfume de nardo puro que sacó de un cuaderno azul después de que Rato lo rechazara dos veces (Rato, ese hombre que «por poco nos gobierna», según Manuel Alcántara). Lo de Victoria lo cuenta Octavio Aceves (sí, Octavio Aceves) en la biografía que escribió de su amiga. Otro día cito a Pierre Michon o algo del «Finnegans Wake». Aznar debe de pensar que el desagradecido de Rajoy, en lugar de ponerse a cantar el «Winterreise» de Schubert, prefiere «La del Soto del Parral».

El antiguo presidente del Gobierno es uno de «Los otros», los que no están ahí pero se aparecen. Más que jarrón es una china en un zapato que ya aprieta lo suficiente, igual que los botines a Marisa Paredes en «La flor de mi secreto». Algo parecido le pasa a Juan Carlos Monedero sacando los colores a los errores de Podemos. O a Alejo Vidal-Quadras, que le dijo ayer a Ferreras que sí, que Aznar tiene razón, pero que sería más creíble si hiciera autocrítica con sus propias decisiones. Una, la de no volver a presentarse. Otra (que le afecta a él), la de cambiar la estrategia en Cataluña en el 96, cuando se la entregó a los nacionalistas renunciando a un programa propio. Esto es como en «Aterriza como puedas», con la gente haciendo cola para dar mandobles a la señora histérica. Aunque por relevos. Aznar se los da a Rajoy, Vidal-Quadras se los da a Aznar y todos (desde fuera del partido, claro) zurran a Rajoy como si fuera el odiado Émile Zola. Suerte que Lombroso no está vivo, porque si no se habría fijado en «la contracción de su orbicular, la obtusión de sus centros sensoriales» y otras características que vio en el escritor francés para machacarlo. El vicesecretario Maíllo también ha recordado a Aznar que en 1999 los populares sacaron 12 escaños en Cataluña, uno más que el domingo. Maíllo es ese señor tan innovador al que se le cayó el iPhone en la paella.

Aznar (Rosario, dinamitera) es como El Rubius. Tiene la misma capacidad para armar lío y generar atención. Si el expresidente del Gobierno mandó un comunicado con membrete de FAES, el youtuber colocó un trending topic en el número uno de la noche electoral: #PreguntaRabos. Mientras los cuarteles generales de los partidos intentan difundir sus mensajes, El Rubius, con su ejército de seguidores adolescentes, consigue miles de retuits y otros tantos favoritos del hashtag incomprensible de los rabos. Un éxito en España y fuera de España. Aunque no sirva más que para dar por saco y demostrar lo inútil y absurdo que es Twitter. Es verdad que Aznar tiene que molestarse en redactar un texto y El Rubius, incluso en «El libro troll», su obra magna, puede dedicar dos páginas a escribir: «Da vueltas sobre ti mismo y cuando ya estés mareado intenta dibujar un Pokemon en la siguiente página». Mariano Rajoy tiene que aguantar a José María Aznar dibujando pokemons después de dar vueltas sobre sí mismo. Lo bueno de Aznar es que no se parece a los cocodrilos de Dresde tras el bombardeo. Escapados del zoo, se mimetizaban. ¿Cómo distinguir un cocodrilo en medio de los escombros?, se preguntaba Kurt Vonnegut. A don José María, como a los leones, se le ve venir.

Por el humo se sabe dónde está Aznar. Porque, mientras, Rajoy está cantando «Doña Francisquita».

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