VIDAS EJEMPLARES
España
Don Quijote y «Tirant lo Blanch», el Castro de Baroña y el Cap de Creus
España. Muchos anglosajones están enganchados a ella. Les suelo preguntar qué les atrae tanto. Alguno de buen bandullo y delator mapa de La Rioja en el jeto invoca su vino y sus fogones. Pero casi todos coinciden en la misma respuesta: «Vosotros, los españoles». Ese es el secreto de España. Con sus defectos, que los hay: una envidia malsana e intrigante, la tendencia al tremendismo, una violencia ambiental algo fuguillas, que se inflama por cualquier fruslería. Pero el reverso luminoso es extraordinario. Un buen humor a prueba de bombas, porque mañana siempre será otro día. Una generosidad casi alocada. La chispa constante de creatividad, fruto tal vez de la poca disciplina para circular por el carril de lo establecido. Una vocación callejera y conversacional única en las sociedades occidentales, donde la vida palpite al aire libre. La red inquebrantable de los afectos familiares, agonizante en el mundo nórdico. Si en un aeropuerto internacional amuermado ves a un grupito agitado entre risas es probable que sean españoles.
España es ese país que siendo el mayor imperio del mundo se cuestionaba su trato al indio (los machacó, como todos los imperios, pero fue el único que lo intentó paliar). Pionera de derechos con la Escuela de Salamanca. La nación que salvó al catolicismo. El país de Pizarro, que conquistó el imperio inca con 168 descamisados y 37 jamelgos. Cervantes, cuyos brillos y amargores parecen la encarnadura de su propia nación: en una misma vida fue héroe de guerra y recaudador bribonzuelo, con paso por la trena incluido. Un fracaso ambulante, pero capaz de escribir la mayor novela universal. Velázquez, que detuvo el tiempo, y Picasso, que lo hizo astillas. El martirio de Lorca y la morriña de Rosalía. La mejor cocina del mundo. Un país de bajitos que gana al baloncesto.
España: los delfines en el crepúsculo del Castro celta de Baroña y las postales del Cap de Creus en la otra esquina. Pasar en 150 kilómetros y sin salir de Navarra del desierto de las Bardenas al bosque atlántico del Bidasoa. Respirar en Sevilla las glorias coloniales y la magia risueña de los días. Admirar la energía impagable de Madrid, que recuerda a esos feúchos que rinden a todos con su encanto abierto. El campo en flor de la primavera extremeña y las dichas perpetuas de Canarias.
España, con la riqueza de cuatro idiomas vivos: castellano, gallego, catalán y vasco. Que cerró sus heridas con un impresionante pacto de concordia y libertad y se ha convertido en uno de los países donde mejor se vive.
España: Dalí, Tàpies y Miró. Albéniz, gerundense, que escribió la «Suite Española» y el «Capricho catalán». Granados, ilerdense, Pau Casals. Las filigranas de Gaudí. «Tirant lo Blanch», Pla y Matute. La garganta total de Caballé. Loquillo contemplando la sublime Barcelona desde su Cadillac solitario y Zafón haciéndola multiventas universal. Las viejas canciones ochenteras de El Último de la Fila, con un Quimi y un Manolo. Serrat y Llach. Peret y el Pescaílla, inventando la rumba en Barcelona, porque lo grande es mestizo. El Quijote sucumbiendo ante el Caballero Blanco y enfilando el peso de la cordura en una playa de Barcelona. España.