POSTALES
Sí, no y al revés
Mas es un personaje amortizado que se ha escondido en el cuarto puesto para que no le pregunten por su gestión, y planean ya sustituirlo
¿Ha caído Artur Mas en su propia trampa al convertir «con astucia» (sus propias palabras) las elecciones autonómicas en plebiscitarias, para lograr el referéndum que la Constitución y el Gobierno le negaban? Mucho lo apunta. De ganar el Sí, no tendrá más remedio que ponerse en marcha hacia la independencia, con todos los males que desde dentro y desde fuera le pronostican. Si gana el No, quedará en evidencia su fracaso: ha desperdiciado esfuerzos, dinero y tiempo para que Cataluña esté peor de lo que estaba. Nada de extraño que semeje, no el clásico catalán tranquilo y razonable, sino un hombre furioso y desencajado que reparte amenazas a diestro y siniestro, incluida la nada amable a su propio pueblo: si no lográis la independencia será porque no la queréis, porque sois unos cobardes pendientes de la pela, como dicen los españoles. A estas alturas, Mas es un personaje amortizado, incluso para su propia coalición, donde se ha escondido en el cuarto puesto para que no le pregunten por su gestión y donde planean ya sustituirlo. Pero morirá matando, como ocurre a los mediocres.
Lo realmente decisivo es cómo reaccionará la masa de catalanes a los que ha seducido, esa burguesía media y alta, desde el Ensanche hasta el paseo de la Bonanova, que le compró una Cataluña oasis de paz, bienestar y progreso, al estilo de Holanda o Dinamarca, en la que podría seguir haciendo sus negocios ya sin las pejigueras ni los controles de la Administración española, incluida la Justicia. Tengo amigos entre ellos y los veo preocupados, pero no desesperados como el Moisés que iba a llevarlos a la Tierra Prometida. ¿Qué harán el domingo? La mayoría se resiste a creer en el choque de trenes y se refugia en que todo ha sido una treta de Mas para obtener ventajas en la negociación que seguirá luego, con él o sin él.
Es posible, pero lo dudo. Las cosas han ido demasiado lejos. Detrás de Mas hay líderes más radicales que él, que no van a ceder, como tampoco ese 20 por ciento de catalanes decididos a lograr la independencia, no importan los sacrificios que cueste. Mientras, por parte del Gobierno español, no puede volver a comprar la «conllevancia» orteguiana con Cataluña, a base de reforzar su «singularidad nacional» y concederle privilegios fiscales. Hemos dejado atrás ese Rubicón. Mejor dicho, lo han dejado ellos. Del mismo modo que Tsipras ha terminado siendo el mejor instrumento de la troika para encajar Grecia en la Unión Europea, Mas puede terminar siendo el mejor instrumento para acabar con el independentismo catalán. La diferencia es que los independentistas catalanes, comenzando por él, son también españoles, y los españoles no solemos resolver nuestras disputas tan apaciblemente como los descendientes del astuto Ulises de verdad.