POSTALES
Singularidad
Flaco favor nos han hecho los 25 exministros de UCD, PSOE y PP con su manifiesto, en el que proponen «abrir un riguroso análisis sobre si la singularidad de Cataluña está siendo reconocida y valorada de manera justa». Primero, porque la singularidad catalana está de sobra reconocida en la Constitución, al concederle el rango de «histórica» –que pueden alegar el resto de las comunidades españolas– y porque tal iniciativa lo único que hace es alentar un nacionalismo tan ciego como egoísta que ha empobrecido a Cataluña, creado un grave problema a España y comprometido a una Unión Europea que necesita, más que singularidades, cohesión y entendimiento.
Miren ustedes, señores exministros, la singularidad –«Particularidad, distinción o separación» según el DRAE– es un rasgo característico de la especie humana, formada por individuos propensos a diferenciarse. Pero precisamente por eso hay que usarla con muchísimo cuidado, al haber conducido a calamidades tan grandes como el racismo, el colonialismo y el imperialismo. Todo hombre o mujer, por el mero hecho de serlo, es singular. No hay otro como él o ella, incluido el hermano mellizo. Lo mismo puede decirse de las comunidades humanas, todas con rasgos característicos. Y si todas los tienen, nadie realmente es singular. Invocarla, pues, induce al error, cuando no al fraude, para obtener privilegios en la mayoría de los casos, como ha hecho siempre el nacionalismo y resulta curioso que ahora la invoque la izquierda que presume de igualitaria. Cuando la verdadera cultura democrática busca, no las diferencias entre los pueblos, sino lo que hay de común en todos ellos o, al menos, entre los ciudadanos de una nación, para un entendimiento entre sí y con sus vecinos. Creí que no hacía falta recordar que, invocando la singularidad de determinados individuos o naciones, el nacionalismo ha causado las mayores tragedias de la historia, pero veo que me equivocaba.
Así que, señores exministros, dejen tranquila la «singularidad», que bastante estropicio causaron algunos de ustedes al incluir en la Constitución las «nacionalidades», origen de buena parte de los problemas que hoy nos acosan. A todos nos gustaría ser más altos, más inteligentes, más ricos, más guapos, más «singulares», pero eso es imposible por las causas expuestas, y la gran virtud de la democracia es precisamente hacer que todos valgamos lo mismo: un voto el día de las elecciones. Singularidades, por lo tanto, para andar por casa, pero sin que signifiquen privilegios de ningún tipo, al tenerlas todos. Comprendo que ustedes se aburran en su dorada jubilación, pagada por cierto por todos los españoles sin haber cotizado como ellos, y quieran echar una mano en un momento crítico como el que atravesamos, pero mucho me temo que metan la pata, por lo que me acojo a la única frase que suscribo de su manifiesto: «Es la hora de la prudencia y la responsabilidad». Virtudes que tienen poco que ver con la singularidad y mucho con la discreción. Para equivocaciones, tenemos de sobra con las de los expresidentes.