EL CONTRAPUNTO
Salvar al próximo Aylan
Europa no puede acoger a todos los que pretenden entrar, pero sí gastarse el dinero en devolverles un hogar
Europa no puede acoger a todos los refugiados que huyen de la guerra o la miseria. Resulta sencillamente inviable, por mucho empeño que pongamos (y aunque tarde, lo estamos poniendo) en honrar una tradición humanista-cristiana que nos hace ser lo que somos y atrae hacia este continente libre a millares de musulmanes cuyo destino más lógico, por cercanía geográfica y cultural, deberían ser los riquísimos emiratos de la Península Arábiga. ¿A qué obedece el hecho de que llamen a nuestras puertas y no a las suyas esas víctimas de la barbarie causada en gran medida por el fanatismo islámico, llámese éste Daesh (Estado Islámico) o cualquiera de sus denominaciones? A que la Unión Europea nació y ha crecido en torno a valores como la tolerancia, la solidaridad, la justicia social y el pluralismo, completamente opuestos a los que propugnan y financian con sus petrodólares los países citados. Valores que han de ser protegidos a cualquier precio y que se verían sometidos a una presión difícilmente resistible si el flujo migratorio que están sufriendo nuestras sociedades mantiene su actual progresión ascendente.
Europa no puede acoger a todos, aunque sí a los más vulnerables; esto es, las mujeres y los niños absolutamente indefensos, absolutamente inocentes, que, paradójicamente, constituyen la minoría absoluta de los que pugnan por subirse a los trenes de la salvación. Basta una mirada atenta a las fotografías publicadas o las imágenes de televisión para constatar la abrumadora mayoría de hombres jóvenes que integran esa legión de peticionarios de asilo. ¿Dónde están sus hermanas, sus madres, sus novias, sus hijas? ¿Por qué las han dejado atrás? ¿Qué oportunidad de sobrevivir con un mínimo de dignidad tendrían en Irak o Siria si las huestes de la barbarie alcanzan finalmente la victoria? Ya que hemos de brindar refugio a quienes sufren persecución, empecemos por los más débiles. Niños y mujeres, primero.
Europa no puede acoger a todos los que golpean sus puertas, pero puede y debe implicarse en la solución de un conflicto que amenaza con traer la guerra a nuestra hoy pacífica casa. Basta ya de cobardía. El único modo de acabar con esas bestias es combatirlas sobre el terreno. Dejar esta tarea a los estadounidenses, como si la cosa no fuera con nosotros, constituye un acto de irresponsabilidad clamorosa. Es cierto que Occidente ha cometido en el pasado errores graves en esa región del mundo, pero no lo es menos que en otras, como los Balcanes o África, la actuación de tropas de la ONU y/o la OTAN ha evitado mucho derramamiento de sangre. Aprendamos de nuestras equivocaciones y sigamos el consejo de los expertos, que son prácticamente unánimes: primero, seguridad, después estabilidad política y, por último, desarrollo económico. Todo lo cual requiere ingentes cantidades de dinero. Inversión en Defensa, con el fin de armar misiones internacionales capaces de frenar al Daesh y formar ejércitos locales sólidos. Inversión en diplomacia, destinada a reforzar los pocos regímenes democráticos que sobreviven en la zona y extender en lo posible su influencia. Inversión económica, imprescindible en el empeño de ofrecer un futuro deseable a esos millones de desheredados que hoy no encuentran más salida a su frustración que la emigración o la violencia.
Europa no puede acoger a todos los que pretenden entrar, pero sí gastarse el dinero en devolverles un hogar merecedor de ese nombre. Es cuestión de voluntad política y audacia. Hace falta menos demagogia y más inteligencia. Escuchar a los que saben. Priorizar correctamente.