VIDAS EJEMPLAREs

Déjenlo en paz

Es su libre potestad correr tras una última ilusión

Luis Ventoso

«La vida es eso que pasa mientras vas haciendo planes», mascullaba el complicado y lúcido John Lennon, sin saber que la pistola del loco Chapman reduciría la suya a solo 40 primaveras. Un día, inopinadamente, toda persona alertada se despierta y se percata con estupor de que la fiesta se está acabando. La última curva queda atrás y se enfila la corta recta final de una vida que en la mocedad parecía eterna. Esa espeluznante certidumbre, la proximidad del gran telón, ha alimentado las últimas y deprimentes novelas de Philip Roth, incapaz ya de ironizar, o el disco de sobrecogedora melancolía que publicó el viejo Bowie tras una estocada cardíaca. Todos los pensadores relevantes se han ocupado de la mortalidad. Unos aliviados por la fe. Otros aterrados ante el vacío. El inolvidable Zapatero concedió un día una entrevista en la que hablaba de las últimas preguntas. Se declaraba agnóstico y aseguraba que el gran desenlace no le preocupaba ni un ápice. El Doctor Johnson, el venerado polígrafo inglés del XVIII, era un poco más cabal y dejó dicho que «un hombre que no tiene un miedo cerval a la muerte es un cretino».

Solo una vez en mi vida vi al maravilloso novelista. Él tenía entonces 46 años. Era un hombre moreno, delgado y apuesto, de pelo negrísimo y un sport elegante. Había venido a mi ciudad atlántica en la curiosa calidad de periodista deportivo, para escribir desde la grada los partidos de Perú en el Mundial 82. Por influencia de mi padre me había engullido el tocho de «Conversación en la catedral», su tercera novela, su cima. Aunque tenía 18 años y me faltaban recursos, entendí que aquel tío era un genio. Así que allá me fui, al modesto hotel playero donde se alojaba, con uno de sus libros bajo el brazo. Me lo firmó con esa afabilidad tan educada que lo distingue y siempre lo guardé, sabedor de que era un literato en la historia. El maestro peruano, como Bob Dylan, nunca volvió a alcanzar su primera y abrasiva explosión de talento. Hoy sigue escribiendo libros excelentes, pero a veces parecen largos reportajes novelados, primorosamente escritos, eso sí. Sin embargo lo seguimos admirando enormemente: la calidad y equilibrio moral de sus ensayos, el deleite de su oratoria precisa, su defensa valiente y sensata de nuestro país mientras tantos intelectuales cobardones callan ante la regresión separatista.

Ahora tiene 79 años. Sabe que arranca el tiempo de descuento. En esa encrucijada muchos ancianos se conforman con las dichas de sus nietos. Otros se refugian en sus aficiones. Los más dichosos dejan correr el reloj, serenos en su fe. Pero algunos, los más osados, o los más soñadores, juegan a conjurar la finitud con la quimera de un último amor. Ha plantado un matrimonio de 50 años y ha decidido atender a las inexplicables razones del corazón. «Tan imposible es animar la lumbre con nieve como apagar el fuego del amor con la palabra», dejó dicho Shakespeare, que todo lo sabía. Algunos lo ven desnortado, casi ridículo entre porcelanas cuché. Otros cuestionan su elección, esa mujer tan enamoradiza, pero nunca de un taxista o de un maestro de escuela…

Déjenlo en paz. Es su libre potestad correr tras la penúltima ilusión.

Déjenlo en paz

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