VIDAS EJEMPLARES

El nuevo amigo

Irán veta a Barenboim ¿Su delito? Es judío

Luis Ventoso

La enésima diosa felina de la pasarela o el penúltimo chico chuleta que se infla a marcar goles no me suscitan una especial admiración. Sus dones físicos les han venido dados y aunque en pleno brillo parezcan eternos, al final caducan más rápido que esas bolsas de lechugas paranormales con las que sobrevivimos a la hora de cenar. Sin embargo aplaudiría con efusión al paso paticorto de Daniel Barenboim y hasta le daría las gracias por los buenos ratos escuchando sus cosas. En él se combinan tres grandes valores: se trata de un formidable artista; es un erudito en su materia, la música, el único salvavidas que nunca te falla; y de propina va por la vida como un ciudadano con la conciencia en su sitio, que defiende la paz con un raro valor.

Barenboim, próximo a los 73 años, es hijo de dos dotados pianistas judíos rusos refugiados en Argentina. Alguna vez ha contado que el mayor don que le legaron fue la curiosidad intelectual, la cabeza bien abierta y alerta. El pequeño Daniel fue un niño prodigio. A los siete años ofreció su primer recital de piano, a los trece grabó su primer disco y a los quince comenzó a dirigir orquestas, hoy su labor estelar. Enumerar las formaciones y teatros donde ha brillado es ocioso, baste decir que los mejores del orbe. Que los países punteros del mundo, incluida España, distingan con sus mayores condecoraciones a este currante infatigable supone ya un tópico. Con todo lo dicho, sin añadir nada, Barenboim podría vivir como un pachá, venerado por los melómanos del mundo, con el riñón bien forrado por las merecidas regalías de sus discos, direcciones artísticas y conciertos. Pero hay algo más, Barenboim es un hombre cosmopolita que porta un hermoso mensaje de paz (ahí está su orquesta con músicos árabes, judíos y palestinos). El músico posee cuatro nacionalidades: argentino por cuna, israelí por sangre y afecto, palestino, en reconocimiento a como ha defendido sus derechos, y español, por cariño y admiración mutua con nuestro país. En resumen, un gran tipo, que se aplica aquella máxima de «soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad» y denuncia la injusticia allá donde la ve, incluida la de su Israel.

La represiva teocracia iraní, la nueva amistad de Obama (y el socio televisivo del biempensante Pablo Iglesias), ha prohibido a Daniel Barenboim dirigir en Teherán un concierto de la Staatskapelle de Berlín. Ese admirable régimen, que cuelga de grúas de obra a los discrepantes, veta al músico por tener «una nacionalidad ilegítima», la israelí. Acogiéndose a la teoría del mal menor, un socio de este siniestro talante es el que se ha feriado el pusilánime Barack para hacer frente a la barbarie suní de Estado Islámico. Pero lo peor no justifica lo malo. La intolerancia pétrea e insultante de Irán ante el maravilloso Barenboim vuelve a mostrar el sencillo problema de fondo: el mundo islámico no ha pasado por la batidora de la Ilustración y mientras no se den un baño de Luces más vale aparcar ilusas esperanzas. Demasiadas telarañas medievales en la cabeza.

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