LLUVIA ÁCIDA
Cayó el sistema
Salgo a pasear sin niños y con las manos en los bolsillos, libre, todo yo disponibilidad, pertinencia de ir silbando
Reencuentro con Madrid. La temperatura agradable, la inminencia del fútbol, la sensación de que la ciudad casi vacía le pertenece a uno y de que nos corresponden más camareros por cabeza, el olor a alquitrán cuando las apisonadoras aplanan la nueva epidermis de asfalto como en una muda de la piel: sorprendo Madrid a medio vestir, como abriéndole de repente la puerta de la habitación.
Salgo a pasear sin niños y con las manos en los bolsillos, libre, todo yo disponibilidad, pertinencia de ir silbando. Me demoro delante de las tabernas con barra de estaño para decidir si entro o si continúo de «flâneur» hasta que me tiente la siguiente. Soy un gozoso estar al pairo, solitario por elección y por excepción. Puedo ser depositado en una playa para que alguien me desenrosque el mensaje. Hasta me he sentado en una barbería antigua con hermosos sillones hidráulicos importados de Sicilia. Es la que frecuentaba mi abuelo: el barbero es joven y me cuenta que el día de su estreno estaba nervioso porque para el primer corte de pelo le tocó Pedro J. Ramírez, quien, al menos la última vez que lo vi, conservaba intactas las orejas. Sólo me falta, cuando me tomo instantes contemplativos, una cabeza de león plateada como empuñadura de un bastón. Eso, y que un vendedor de periódicos vocee un crimen de Jack el Destripador: lo hacen las televisiones de los bares con Cuenca, crimen en el que hozan.
Al pasar por la parada de taxis que hay junto al hotel Wellington, un taxista sale de su coche y grita a los compañeros: «¡Ha caído el sistema, ha caído el sistema!». Cáspita. La última vez que oí algo así de histórico por la calle fue cuando, de niño, mientras jugaba a la pelota en una plazuela del barrio, pasaron dos adultos que iban diciéndose: «¿Te has enterado? ¡Tiros en el congreso!». Sólo que esta vez tengo menos excusa por estar desconectado. De pronto, temo ver pasar jeeps cargados de concejales de Podemos como los barbudos que entraron en La Habana. Temo ver la Puerta de Alcalá cubierta otra vez por un retrato de Stalin. Temo ver un gentío, con personas colgadas de las farolas de Sol, que escucha a Pablo Iglesias proclamar la República. Temo ver a los diputados de la casta extraídos del debate griego para formar una enorme cuerda de presos a la cual el pueblo soberano arroja hortalizas. Eso sí, me permito fantasear con la posibilidad de ser el único cronista en Madrid, pues la caída del sistema ha sorprendido en la playa a todos los demás y no podrán ingresar ya en la ciudad sellada desde la cual pasaré mis crónicas de contrabando.
Escucho de nuevo al taxista. El sistema que ha caído es informático: no funcionan las «apps» de su compañía, no les entran encargos. Sigo paseando con las manos en los bolsillos, todo yo disponibilidad. Inspecciono desde fuera una taberna, dudo si entrar o no. Tal vez me hayan apurado demasiado la barba. Mira, hay tiempo de pasar por la Casa del Libro. ¿Estará Jabois en Madrid?