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Rajoy consigue domesticar la crisis, y tropieza en algo tan vulgar y corriente en España como las recomendaciones

José María Carrascal

Flaco favor hizo Rodrigo Rato a su amigo Jorge Fernández Díaz al pedirle una entrevista, y peor favor aún hizo el ministro de Interior a Mariano Rajoy aceptando. Si la familia Rato recibía amenazas, lo que tendría que haber hecho desde el principio era denunciarlo ante el juzgado de guardia, como todo hijo de vecino. Pero, muy a lo español, acudió a la máxima autoridad policial. Dicha autoridad consideró incluso un deber recibirle en su despacho. Que no trataban de burlar la ley se desprende de que no buscaron un lugar más discreto para verse. Pero ¿recibe Fernández Díaz a cuantos amenazados se lo piden? ¿Qué hace un encausado por dos delitos, por muy exvicepresidente que sea, en su despacho? El simple encuentro contamina el Ministerio y el Gobierno. Volvemos a la mujer del César, que no sólo debe ser honrada, sino también parecerlo. Más, en momentos como los actuales, cuando la corrupción se ha convertido en una de las grandes preocupaciones.

Es el agujero negro del equipo Rajoy. Consigue lo importante, como domesticar la crisis, y tropieza en algo tan vulgar y corriente en España como las recomendaciones. Desde siempre, cuando un español se ve ante un obstáculo –ganar unas oposiciones, lograr un contrato–, lo primero que hace es buscar a alguien que le ayude. Y eso, contra lo que pensamos, es corrupción, cometer injusticia, jugar con ventaja sobre nuestros contrincantes.

En una auténtica democracia, para ganar oposiciones hay que estudiar mucho, y para lograr un contrato, presentar la mejor oferta. En España, lo decide la mejor recomendación, el amigo más poderoso. Ahí tienen a Wert, en un palacete parisino.

Es donde está fallando Mariano Rajoy. Demasiado amigo de los amigos, cuando los presidentes no deben tener amigos, sólo colaboradores, a quienes se despide, todo lo más, con una medalla, si la merecen. Bastante honor han tenido gobernando. Esa entrevista en el Ministerio del Interior va a costar al presidente tanto o más que la última buena cifra económica. Sin que le sirvan casos similares en la oposición.

El «¡Y tú más!» es hoy un boomerang contra quien lo grita, al admitir su infracción. Sobre todo, los ministros tienen que cuidar más que nunca lo que dicen y hacen: sus pecados veniales son mortales para la opinión pública. Se acabaron las recomendaciones. ¿Sí?

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