COLUMNAS SIN FUSTE
España diferencial
La propuesta del PSC, lata del verano, parte de la ordinalidad y la singularidad
Escribo estas líneas y aún no sé cómo se llamaba el mantero muerto en Salou. Durante todo el día se han referido a él como «el senegalés» o «el senegalés muerto». El tercer teniente de alcalde de Barcelona llegó a escribir en su Twitter : « In memoriam senegalés anónimo». Menos mal que no murió en Bañolas...
Sorprende, en fin, su no identificación en un lugar donde la identidad ocupa de un modo asfixiante todo el debate público. Hasta el verano está siendo catalán más que gibraltareño, y la lata la está dando el PSC con dos conceptos que nos cansaremos de escuchar: singularidad y ordinalidad.
Ordinalidad, mal explicado, es que el segundo en ingresos sea el segundo gastando. Esto niega la revolución del Evangelio: los últimos serán los primeros y viceversa. Aquí los últimos seguirán siendo los últimos.
Luego está lo de la singularidad, que quieren sea recogida en la Constitución. No es un término jurídico, sino matemático en origen. Un salto en una función, dicho a lo bruto. Cuando en una función continua aparece la discontinuidad. El término pasa a la física y también a la filosofía. Para Leibniz, lo individual era un condensado de esas singularidades pre-existentes. Modernamente, Gilles Deleuze recurre al concepto para una explicación de la realidad en la que el sujeto no es tal, no tiene una sustancia, sino que es estructura.
Y toda estructura presenta dos aspectos: un sistema de singularidades y un sistema de relaciones diferenciales entre sus elementos que a su vez la determinan. O sea, que la diferencia puede ser determinante.
Deleuze, pensador de esta diferencia, recurre al cálculo diferencial y a los ordinales de Russell para establecer con ellos la lógica de esas relaciones. La ordinalidad nos lleva a una irreductible noción de distancia entre los elementos.
Y lo que el PSC quiere es que, siendo Cataluña una nación, esté dentro de España, pero en su plena singularidad. ¿Y cómo? No valdría si el resto también son naciones. Lo que importa tanto o más que ser nación es que quede reconocida la diferencia. Aquí habría diferenciantes y diferenciados, obviamente.
De esta forma, España, más que nación, sería un sistema integrado por distintos elementos que se definirían no por igualdad, unidad y solidaridad, sino por la diferencia.
Un imposible, un disparate, dirán. Pero aquí es donde entra la creatividad del PSC, que, de verdad, yo creo que un poco sabios sí son. Ya decía Hume que los legisladores son los grandes inventores.
Sin saberlo o sabiéndolo mucho, proponen que el ordenamiento recoja su singularidad constitutiva (Cataluña) dentro de una estructura (España) para la repetición de relaciones de diferencia expresada en términos de ordinalidad.
Esto no sería un Estado racional, una constitución deseable, sino la plasmación jurídica de lo real, de una relación de fuerzas, solo posible porprescindir de la soberanía y de la nación.
Según esto, la singularidad catalana sería genuina y pre-existente como el fenómeno natural que una función matemática recoge. A partir de ese hecho determinante se constituiría un Estado basado en las diferencias internas. Ni nación, ni igualdad, ni solidaridad: la singularidad y la condena a una relación de distancia entre regiones.
Ha habido muchas explicaciones de España. Américo Castro y Menéndez Pidal, las autonomías y Felipe V, pero un concepto así no se conocía. Rizando el rizo (y el rizoma), el PSC propone la España diferencial. En su abstrusa sofisticación esta terminología contiene no poca desfachatez.