POSTALES

Asesinos en serie

Tales sujetos no merecen estar en una sociedad que presume de civilizada. Su lugar es permanecer en una celda hasta el día que se mueran, como la fiera que son

José María Carrascal

Padres que matan a sus hijos, hijos que matan a sus madres, maridos que matan a sus esposas, pero ¿qué está pasando aquí?, se preguntan muchos españoles ante esta epidemia de asesinatos de la más cruel, ruin, inhumana naturaleza, pues se dirigen contra los más débiles, contra los más indefensos, contra los más cercanos. ¿Qué hemos hecho mal?, es la siguiente pregunta. Sin que haya respuesta.

La cosa, sin embargo, no puede quedarse, como los incendios, en uno de los rasgos feroces de un verano tan caluroso como largo. Tiene que haber algo más tras ello, algo que cuesta, duele analizar. Sin duda, el «efecto contagio» ha influido, como la publicidad que se le ha dado. En una mente enferma, ver en los telediarios, las revistas, los reportajes unos crímenes y criminales tan abyectos tiene que ejercer una especie de fascinación. No hay que olvidar que el asesinato es, entre otras cosas, un sucedáneo del suicidio: el asesino, descontento de sí mismo, mata a otra persona, sobre todo si es próxima, al ser incapaz de matarse, aunque luego haga la pantomima del suicidio. Lo que quiere decir que, aparte de criminal, es un miserable cobarde. Pero no caigamos en el error de echar la culpa al mensajero. Esos crímenes tienen que airearse –eso sí, sin caer en el masoquismo– precisamente como denuncia para detenerlos, y una de las formas es no mostrar al criminal. Quién sabe si lo que busca es «la pena del telediario».

Lo más preocupante del caso, aparte de su carácter epidémico, es que ha desbordado el recinto del «crimen pasional» que venía teniendo –aunque de pasional nada: la mayoría han sido meditados y premeditados–, envueltos en esa apoteosis del machismo que es «la maté porque era mía», cuando nadie pertenece a nadie. Pero esos individuos, egocéntricos, narcisistas, acomplejados, ya no se contentan con asesinar a su pareja, sino que quieren llevar su venganza más lejos: quieren privarlas de sus seres más queridos para que sufran hasta morir. Estamos, pues, ante un delito doble o triple, ante lo que los anglosajones llaman mass murder , asesinato en serie, posiblemente el acto más vil que produce la especie humana.

Es por lo que, cuando leo que les va a caer la «prisión permanente revisable», como establece el nuevo Código Penal, me indigno. Pero no me indigno por lo de «perpetua», como le ocurre a la progresía –que, por cierto, nunca alzó la voz contra los asesinatos de millones de personas en regímenes comunistas–, sino por lo de «revisable». En estos casos, hay muy poco que revisar. Tales sujetos no merecen estar en una sociedad que presume de civilizada. Su lugar es permanecer en una celda hasta el día que se mueran, como la fiera que son. Han perdido el carácter de humano, si es que alguna vez lo tuvieron.

Asesinos en serie

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