LLUVIA ÁCIDA

Taxi-girls

A Rivera le ha faltado audacia para asaltar un espacio político desde el cual era llamado a gritos

David Gistau

Los votantes del PP que creían que Ciudadanos representaba la oportunidad de votar los mismos principios pero no a Rajoy ni la corrupción. Los que creían, como llegó a decirme un exdiputado popular ahora integrado en la disidencia, que Rivera iba a hacer la regeneración de la derecha que Rajoy, en su lenta combustión, mantiene bloqueada desde que la abdicación y ciertas otras fatigas tocaron un zafarrancho general de «aggiornamento». Esos votantes del PP, según el CIS, probablemente asustados por la degollina de bustos encapsulada de momento en el enloquecido ámbito municipal, van regresando a la nave nodriza, al marianismo, al tedio de los días insustanciales pero seguros, como dando por terminada una aventura extraconyugal con Rivera, de quien han decidido que no les gusta tanto como proyecto fundacional de convivencia. ¿Qué ha pasado?

Lo que ha pasado tal vez sea que a Rivera le ha faltado audacia para asaltar un espacio político desde el cual era llamado a gritos. Asaltarlo como Podemos atacó la socialdemocracia mientras mantuvo resuello. Pero Rivera no se caracterizó, sino que, en su crecimiento a la dimensión nacional, prefirió la ambigüedad, la equidistancia, la condición de repuesto universal, válido para cualquier organismo. Quería ser Nick Clegg en un momento en que el ambiente no está para terceros personajes sutiles, que hilan fino, y que pretenden salir de todas las fiestas con la virginidad intacta y el pasado impoluto.

A Rivera ahora empieza a castigarlo una irrelevancia absurda por vocacional, por elegida. Lo abandonan los mismos que dieron por supuestas cosas que Rivera jamás dijo que pretendiera hacer. Refundar la derecha, por ejemplo. Colisionar con la inmensa maquinaria corrupta del PP para robarle la manada como a un león agotado, ya que estamos con Cecil. Pero no. Rivera puso a su gente a sonreír a la espera de que los saquen a bailar en los pactos, como «taxi-girls» en las veladas provincianas de Norman Rockwell. A lo mejor él cree que está trenzando regates en corto con la fineza de una política a la italiana. A algunos votantes del PP, descorazonados con Rajoy pero también con el pacto de poder en Andalucía, puede parecerles, en cambio, que no atendió una llamada. Que todo el coraje que Rivera tuvo en Cataluña para expulsar al PP de un espacio, el constitucional, que él asumió solo, se ha convertido en indecisión e intrascendencia cuando la misma pelea se le planteó a escala nacional.

Rivera decía que aspiraba a parecerse a Clegg, y lo malo es que va a conseguirlo: más lágrimas se derraman por las plegarias atendidas. Ya no tiene sentido ese automatismo mental en las interpretaciones de las encuestas que analiza a PP y Ciudadanos como un bloque. ¿Quién ha dicho que Rivera no puede ayudar a gobernar a Pedro Sánchez? Rivera desde luego no lo ha dicho. Y esto debería ser tenido en cuenta por los que creían que iba a refundar la derecha, no sea que con su voto se refunde la socialdemocracia.

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