VIDAS EJEMPLARES

Triunfó el amor

El regalo nupcial a Wert muestra más bien poca sintonía con la calle

Luis Ventoso

Samuel Johnson, el osuno y sapientísimo erudito inglés del siglo XVIII, se casó solo una vez, con una señora que le llevaba 21 años, una viuda paticorta a la que apodaba cariñosamente Tetty. Cuando ella falleció tras 17 años de matrimonio, el viudo Johnson, que era hombre sentimental y pío, prorrumpió en aparatosos llantos y se sumió en un pesar de índole casi depresivo. Luego, hasta el día de su muerte, su ánimo se nublaba en cada aniversario de Tetty y le dedicaba unos sentidísimos rezos. Los biógrafos más cínicos añaden que quizá tanto duelo atendía a los remordimientos del filólogo por haber sido un marido tunante. Y es que la verdad es que el Dr. Johnson pronto dejó plantada a su queridísima Tetty en su pequeña ciudad natal y se dio el piro a Londres con su compinche, el genial actor David Garrick, en pos de la gloria en el gran teatro del mundo, como así fue. Tras su elástica experiencia marital, Samuel Johnson nunca volvió a la vicaría y dejó esta frase genialoide: «Casarse por segunda vez supone el triunfo de la esperanza sobre la experiencia».

Por fortuna no todas las aproximaciones al amor y a la singladura conyugal son tan cínicas –¿o realistas?– como la del sabio inglés. A veces la pasión aflora incontenible y logra vadear todos los contratiempos, como un entorno complicado para la efusión sentimental (la burocrática moqueta del Ministerio de Educación), la edad madurita de Calixto y Melibea (64 él, 54 ella) y hasta la distancia: la amada dejó el ministerio y se fue a París, como directora adjunta de Educación de la OCDE, y el amado se quedó varado en Madrid, como ministro en el alambre. «Amor de lejos, amor de pendejos», me dijo un día un mexicano en Toronto, cuando yo estudiaba allí inglés de chaval, separado de mi novia por un océano. El ministro se aplicó esa máxima y peleó como un jabato para que su jefe, el presidente del Gobierno, escuchase los ruegos del amor, acabase con la cruel lejanía y lo enviase en grácil dedazo a París para reunirse con su amada.

Wert fue destituido (se supone que no sería por bordarlo), pero al final Mariano mostró su tierna humanidad en forma de regalazo nupcial en París. Conmovido al ver a aquel ministro, antaño tan bizarro y peleón, arrastrándose cual alma en pena por el Foro, desangrado por las saetas de Cupido, el presidente dijo: sea, quedas nombrado embajador ante la OCDE en París, a la vera de tu pareja (esposa ya desde hace tres semanas), con sueldo de 10.000 euros al mes más dietas, dos fámulos y chófer, y dacha de 500 metros cuadrados en los bulevares chic de la avenida Foch de París.

Qué bonito. Eso sí, sintonía con la calle por parte del Gobierno mucha no muestra. Pues hay que estar muy en la estratosfera para incurrir en tan torpe dádiva en una semana en la que les tocaba destacar, con todo mérito, que España es el país que más crece de la OCDE, con un llamativo 1% en un trimestre. La gente en la calle, que no se chupa el dedo, me temo que no va a jalear que se otorguen cargos tipo spa en nombre del amor a ministros que han sido despedidos. La cacareada «falta de comunicación» también alude a estos lapsus de sentido y sensibilidad.

Triunfó el amor

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