EL CONTRAPUNTO
Cuaderno de vacaciones
No habrá descanso estival para García Albiol y tampoco debería tomárselo Rajoy si aspira a salvar los muebles
El PP inicia estas vacaciones con tantas asignaturas suspensas que le va a resultar imposible conseguir un aprobado en el examen de septiembre y tampoco la reválida final parece, hoy por hoy, un objetivo alcanzable. Ha cometido demasiados errores, dejado escapar demasiadas oportunidades, ignorado demasiadas críticas constructivas, confundido demasiadas loas huecas con auténticas lealtades, demostrado demasiado miedo, exhibido demasiados complejos, reaccionado demasiado tarde.
Se acumula en su haber tal número de «insuficientes» que es difícil destacar uno en particular, pero, apelando a la actualidad, cabe preguntarse cómo habrá caído entre la legión de cesantes de ayuntamientos y comunidades autónomas relegados a la oposición esa petición de Rajoy a los cargos regionales para que «estén permanentemente en la calle» a fin de propiciar la victoria. La suya, candidato a las generales, después de la debacle sufrida por ellos en mayo, atribuible entre otros motivos a la sordera del Gobierno ante sus ruegos de adelantar unas políticas fiscales y sociales puestas en marcha ahora, que el partido pedía a gritos y que habrían podido salvar muchas cabezas. ¿Desbordarán entusiasmo esos militantes? Lo dudo.
Claro que hablando de políticas fiscales acude inmediatamente a la mente el nombre de Cristóbal Montoro, artífice de una línea de actuación que ha logrado enemistar al PP no sólo con la abrumadora mayoría de sus votantes, integrantes de la clase media trabajadora crujida a impuestos, sino con la totalidad del sector de la cultura y el periodismo creador de opinión. Si sumamos ese castigo al evidente respaldo económico y administrativo brindado a los grupos multimedia más despiadadamente críticos con el centro derecha, a instancias del propio Ejecutivo, llegamos a la conclusión de que la autocrítica realizada en materia de información se queda muy corta. No es que haya habido «errores de comunicación», como se ha dicho. Es que toda la política relacionada con prensa, radio y televisión llevada a cabo desde la Moncloa ha sido un completo disparate, cuyas consecuencias se constatan ahora.
El Partido Popular afronta este final de legislatura en situación altamente comprometida, a pesar de los innegables éxitos alcanzados en la gestión de una economía que agonizaba hace tres años y hoy navega con el viento en popa. Porque el bolsillo es muy importante, pero el electorado tiene también conciencia, valores y principios, que influyen en el momento de escoger papeleta. Las promesas incumplidas pesan. La corrupción ha hecho estragos y amenaza con resurgir de forma virulenta cuando Bárcenas se siente en el banquillo, a la vuelta del verano. La apelación sistemática al miedo que inspiran separatistas y populistas, aliados a un socialismo echado al monte, logrará recuperar a una parte de los votos prófugos, aunque está por ver que convenza al millón y medio acogido a la abstención además de traer de vuelta a los setecientos mil huidos a Ciudadanos. El recambio de Sánchez Camacho por García Albiol constituye un reconocimiento en toda regla del fracaso cosechado en Cataluña por la estrategia de apaciguamiento recomendada por el adversario, cuyo balance es un independentismo radicalizado hasta el paroxismo y un PP residual condenado a la irrelevancia. El exalcalde de Badalona tiene ante sí una tarea titánica sin apenas tiempo para tomar tierra, por más que derroche ganas. No habrá vacaciones para él ni tampoco debería tomárselas Rajoy si aspira a salvar los muebles. Su cuaderno de vacaciones es de los gordos.