VIDAS EJEMPLARES

El César

Qué difícil bailar en la línea que separa la religión de la política

Luis Ventoso

Más de dos mil años después de que fuese pronunciado, cualquier persona con el corazón bien colocado que lea «El Sermón de la Montaña» evangélico se sentirá enormemente conmovida e impresionada por lo que allí se proclama. Es una prédica revolucionaria y admirable, asombrosa y tremendamente exigente, que enmienda y supera la vieja ley mosaica. Jesús exige el perdón total e incondicional ante las ofensas del prójimo, condena la terrible ley del talión y recuerda la esterilidad de las riquezas. Demanda discreción absoluta en la práctica de la limosna, el ayuno y la oración. Rechaza el adulterio y el divorcio, reclama que ayudemos a quienes nos piden crédito y ofrece una norma de conducta que parece adelantar en siglos el imperativo categórico de Kant: «Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, hacedlas también vosotros con ellos». La regla de oro de la ética.

Pero lo que no hace Jesús es lanzarse a analizar si el modelo económico y político de la Roma de Tiberio, por entonces el rey del mundo, es justo, injusto o mediopensionista. Ya saben: «Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Lo que propone es una renovación personal, no de la cosa pública. Una revolución de los corazones.

El Papa Francisco ha supuesto un soplo de ilusión para los católicos, por su énfasis en la caridad y la humildad, por su compasión manifiesta y combativa y hasta por su simpatía y gracejo coloquial. Bergoglio, como buen jesuita, es además un intelectual de formación trabajadísima y exquisita. Huelga decir que quien esto escribe no es más que un gacetillero de conocimientos livianos, pero aun así, como católico, me voy a atrever a expresar mi desconcierto ante el aire político que rezuma su reciente encíclica, leída con la debida calma e interés. Aunque el texto está lleno de aportaciones valiosas, magníficos consejos y brillantes intuiciones, por momentos parece que desciende demasiado al detalle, hasta hollar el terreno de lo discutible. En conjunto, ya reposado, la sensación que deja el escrito es la de una condena del progreso y la economía de mercado. Y eso sume en un cierto desamparo a los creyentes de ideología liberal, seguramente también legión, que piensan legítimamente que la propiedad privada es la base de toda civilización sana, que el comercio global ha contribuido a combatir la pobreza y que, siendo cierto que el mundo está hecho un asco –como siempre–, nunca ha habido en la historia una época con menos hambrunas y mejor nivel de vida medio que la actual, con la tan denostada globalización. En relación con las denuncias sobre los daños climáticos de la contaminación –que comparto–, no se puede dejar de reconocer que también existen muchos científicos respetables que defienden todo lo contrario, lo que hace espinoso que el jefe de nuestra Iglesia convierta el asunto en principio de fe.

Es muy difícil bailar en la fina línea que separa la religión de la política. Ojalá que el admirable Francisco salga airoso de la senda que ha tomado, que ya incluye hasta elogios a Tsipras.

El César

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