LLUVIA ÁCIDA
Sopa de ganso
Iglesias ya no es el propietario del tic-tac, sino su víctima
A Pablo Iglesias nunca lo habíamos visto tan rabioso y dislocado –tan sacado, dicho en argentino– como al hablar de la trampa de la adhesión de Podemos a un concepto coral de unidad popular que le ha tendido Alberto Garzón con la asistencia de los abajofirmantes del arte. Nos referimos a alguien que ha sido motejado de etarra, de reticente a la ducha, de bolivariano a sueldo de Caracas y de verdugo en la horca de homosexuales sin que ello le causara apenas una ínfima tensión añadida a la habitual del entrecejo. Sin embargo, que le pidan diluirse en lo que él llama «sopa de siglas» lo desquicia hasta el punto de sufrir accesos incontinentes de síndrome de Tourette.
Es comprensible que Iglesias se resista a perder la coartada de la falsa transversalidad dejándose reducir a un hábitat ideológico más comprimido, por no decir residual: el Holandés Errante del neocomunismo. También es lógico que lo inquiete la fragmentación de un voto que creía manejar con un monopolio tan abrumador que le permitía pasar al estadio siguiente: el robo al PSOE del patrimonio socialdemócrata. Pero, con todo, lo que resulta demoledor para Iglesias es un problema casi fotogénico: a Podemos le ha salido un Podemos. Una vuelta a los orígenes que, por comparación, hace que Iglesias parezca de pronto casta envejecida que se volvió tecnocracia, política profesional, neolenguaje de partido cualquiera y hasta jerarquía vertical que controla los procesos de primarias para que salgan como exige el oficialismo. De pronto, a Podemos le surge, con las plataformas y las mareas, exactamente lo que Podemos fue: una flamante fuerza de irrupción que le discute a otra el territorio en el que se sentía establecida. Y que además gestiona las credenciales ciudadanas, las presunciones de pureza de aquellos que no se dedican profesionalmente a la política, sino que son gente de la de abajo que atendió la llamada de su época dispuesta a no cobrar y a moverse en bicicleta.
La situación es alarmante para Podemos, al que se le están fugando hasta los actores y los cantautores. Hay que admitir que esta maniobra redime a Alberto Garzón, quien nos pareció una víctima irremediable y pertinaz después de la fallida escena del sofá en la sede de Podemos y de los insultos con los que Pablo Iglesias lo destrozó como un predador político que no se apiada ni de los amigos. Apenas unas semanas después de aquello, de que diéramos a IU por devorada y a Alberto Garzón por mascota abandonada en la gasolinera, la respuesta del malagueño ha sido levantarle a Iglesias una urdimbre que se apropia del espíritu asambleario de las mareas y ante la cual Podemos reacciona con tanta frustración y hostilidad como las siglas del bipartidismo y la casta reaccionaron a la aparición de Podemos. Iglesias ya no es el propietario del tic-tac, sino su víctima. Ya no tiene el monopolio de nada. Ya se ha convertido en un veterano profesional de la política al que otros renuevan. Como para no rabiar.