LLUVIA ÁCIDA

Muchedumbres

Carmena sólo se ha puesto delante diez años después para compensar la ausencia actual de muchedumbres vindicativas

David Gistau

Ruiz-Quintano recordaba ayer una clave del liderazgo en política según Murphy: encontrar una muchedumbre que vaya hacia alguna parte y ponerse delante. A veces, la muchedumbre se te ubica ella sola detrás, como en el trapo rojo de Chaplin o en la sandalia de Brian. Pero lo habitual es detectar una y apropiársela con jeta suficiente como para que la propia muchedumbre termine creyendo que debe al recién llegado el cumplimiento de sus anhelos.

La muchedumbre a la que se refería esta vez Ruiz-Quintano es la del Orgullo Gay, con la cual la alcaldesa Carmena ha completado una hazaña de la apropiación indebida que convierte en patosos a los descuideros de la Puerta del Sol. Si algún político tiene derecho patrimonial sobre la muchedumbre del Orgullo Gay, ése es Zapatero y, por añadidura, el PSOE. Carmena sólo se ha puesto delante diez años después para compensar de alguna manera la ausencia actual de muchedumbres vindicativas que no tengan todavía propietario en esta época de advenimiento de profetas, sanadores, buhoneros utópicos y siglas populares. De sandalias de Brian. Uno sale de casa a comprar el pan y lo arrastran tantas mareas que no logra regresar hasta después de cenar. O ésta es, al menos, la excusa que le pongo a mi mujer.

El sábado, obtener espacio en la cabecera de la muchedumbre del Orgullo Gay era tan difícil para los políticos como reñírselo a Gary Medel en un córner de la Copa América. Todos trataron de ponerse delante, incluso el PP, único partido que fue expulsado. Según cómo se mire, el rechazo al PP constituye un augurio desesperanzador: como si se estuviera germinando un porvenir feliz, en el que todos nos amaremos y siempre será verano y seremos guapos y nos regarán con mangas, de agua que no de gasolina como les ocurrió a los modelos de «Zoolander», y el PP quedará, errante, penitente, en las tinieblas exteriores, con gran crujir de dientes. Pero procedo a hacer otra interpretación que a buen seguro no será del agrado de los lectores de estas páginas: el PP merece ser expulsado del Orgullo Gay y probablemente sea el único partido institucional que lo merece. Lo merece por la inmensa caradura con la que ahora intenta participar en ese guateque y robar buena imagen después de haber sido la fuerza regresiva que se opuso con todas sus ganas y sus falsas coartadas morales a una legalización que agregaba derechos civiles a la sociedad. Y con la que sólo ahora, convertida en rutina social, el PP intenta vincularse. Y no me digan que es otro PP, porque el presidente es el mismo que inventaba pretextos etimológicos para disfrazar una reacción homófoba.

Una cosa es encontrar muchedumbres y ponerse delante. Otra muy distinta, por la que al final se recibe castigo, es ir desembarazándose de las muchedumbres cuando pierden valor instrumental y enrolarse en la contraria a ver si cuela. En lo que se refiere al Orgullo Gay, el PP se puso delante de la otra muchedumbre, la que sentía amenazado el monopolio del concepto familiar. Apechugue ahora.

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