PECADOS CAPITALES

Los sastrecillos

González, Aznar y Zapatero reparten mandobles como si ellos no los hubieran merecido

Mayte Alcaraz

Hace unas horas, José Luis Rodríguez Zapatero le agradecía, con ironía indisimulada, a Pedro Sánchez que le dejara hablar en un acto para conmemorar el décimo aniversario de la ley del matrimonio gay. Lo hacía días después de que la nueva dirección le excluyera de las intervenciones que cerraron la última conferencia política del PSOE. El esquema se repetía: exlíder contra el líder que no le deja expresarse. Está en la condición humana –reconozcámoslo– sentir un punto de satisfacción cuando sucesores de nuestras obras empeoran la herencia recibida y, así, sacan involuntariamente lustre a la nuestra. Ocurre en distintos ámbitos de la vida y a casi todos los mortales. No es difícil detectar un pellizco de orgullo, por pequeño que sea, en quienes habiendo ostentado en el pasado una responsabilidad o papel en la vida, escuchan cómo otros añoran etapas pasadas, principalmente si éstas se corresponden con la que ellos lideraron. En política, por su especial componente de ambición y vanidad, esta miseria vital se repite más de lo deseable.

En ese contexto, que en España abona especialmente nuestro acreditado cainismo, brillan con méritos propios los expresidentes del Gobierno. Para Felipe González no hay más claro contrincante que Pedro Sánchez. Qué decir de la animadversión de Rodríguez Zapatero por Rubalcaba o por el secretario general de Ferraz. Como en su día ocurrió con Suárez y Leopoldo Calvo-Sotelo. O ahora, entrevista en ABC mediante, con las críticas de Aznar a Rajoy, elegantemente obviadas por el agraviado. (¿Alguien se ha preguntado qué hubiera ocurrido si el hacha lo hubiera levantado en un medio el segundo contra el primero?)

Pero por debajo de la espuma –y no me refieron solo a la que destilan los jugos biliares de los ex– habrá que reflexionar sobre la talla moral y política que proyectan los que atizan a quienes, en medio de las dificultades, dirigen el barco. Siempre me ha intrigado saber por qué los que todo lo fueron y hoy todo lo reprochan no agarran un teléfono y, en uso de la lealtad que se les supone, leen la cartilla a los Rajoy o Sánchez de turno. Digo yo: si tan preocupados están por la deriva de sus partidos, un simple whatsapp, sms o café a media tarde obrarían milagros. Y luego, otra duda: los expresidentes parecen haber perdido la memoria sobre sus propias torpezas, cambios de opinión, si no flagrantes equivocaciones. Cuando desde la atalaya de sus vidas acomodadas cortan trajes a los actuales dirigentes parecen hacernos creer que como sastres o modelos no cometieron error alguno, que ni un mal pespunte cabe achacarles. A modo de vitamina para la memoria habrá que recordarles, por un lado, los GAL, los fondos reservados y Filesa; por otro, los pactos con Pujol y Arzallus, los tesoreros del PP, la primera gestión del 11-M y la guerra de Irak; y, finalmente, el despilfarro público, las memorias históricas y la falta de reflejos ante la crisis. Vamos, pequeños pespuntes...

Los sastrecillos

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