UNA RAYA EN EL AGUA

Crisis por goteo

Rajoy ha ido perdiendo ministros por goteo mientras dejaba escapar oportunidades de hacer una crisis convencional

Ignacio Camacho

Íñigo Méndez de Vigo es un lujo para la política. Lo sería al menos en cualquier nación donde la escena pública estuviese menos encanallada que en ésta. Liberal, cosmopolita, políglota, ilustrado, con una fabulosa agenda internacional de contactos; una especie de tory, un representante de esa derecha abierta, europeísta y culta que forma parte del idealizado imaginario del moderantismo español. Su tardío nombramiento como ministro de Educación y Cultura –en 2011 soñó con serlo de Exteriores– parece un premio a la lealtad de tres años en el segundo escalafón del Gabinete, pero tal vez merecía una puesta en escena menos precipitada y más decorosa. Rajoy, que gasta fama de hombre poco dado a improvisar, dio la impresión de haber reparado en él al encontrárselo el jueves por los pasillos de Bruselas. Después de haber dudado tanto y haber creado tantas expectativas, resolvió la anunciada remodelación de una manera inopinada, repentina; con un escueto retoque casi provisional y en plan aquí te pillo, aquí te nombro.

Empeñado en agotar sin cambios de equipo una legislatura abrasiva, el presidente ha ido perdiendo ministros por goteo mientras dejaba escapar varias oportunidades de hacer una crisis a su medida, como Dios o los cánones políticos mandan. La última baja, la de Wert, no ha sido una dimisión ni una destitución sino una suerte de cese a petición propia, aunque mal consensuado en tiempos y formas. Después de haber cabreado a toda la comunidad educativa, incólume al incendio de su imagen, el miembro peor valorado del Gobierno ha acabado consumido en la hoguera volcánica de una pasión wertheriana. Un ministro que deja el poder por amor: no se veía nada igual desde los tiempos de Miguel Boyer. Rajoy, que tuvo varias ocasiones de entregar su cabeza para apaciguar a los levantiscos sectores de la enseñanza, el cine o el teatro, ha tenido que despacharlo cinco minutos antes de que se largara. Y lo ha hecho mascullando dicterios sobre una irresponsabilidad tan manifiesta que pretendía obtener encima una misión diplomática cerca de su amada.

El relevo elegido no puede tener mejor cartel, pero tal vez no llega en momento propicio. Con una nueva ley de ordenación por aplicar, y ante la abierta insumisión de las autonomías de izquierdas –instituciones rebeldes al Estado, una peculiaridad española–, la instrucción pública necesita a alguien que pueda estar listo en dos meses para organizar el nuevo curso en medio de un previsible descalzaperros. Cuando el nuevo titular se familiarice con el conflictivo departamento habrá concluido el mandato. Para remendar con un retal el agujero hubiese bastado el ascenso natural de un subsecretario. Méndez de Vigo tiene perfil para lucir con dignidad cualquier cartera de Estado. La duda es si no resulta, con tan poco tiempo por delante, un corcel demasiado lustroso para esta política de arrieros.

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