POSTALES

Rajoy no es simpático

Los pueblos con cultura democrática no eligen a sus gobernantes para que sean simpáticos

José María Carrascal

No sé qué opinarán ustedes de la alocución que Mariano Rajoy dirigió, no al Comité Ejecutivo del PP, sino a todo el pueblo español en un momento crítico para su partido y para ese pueblo. A mí me pareció un discurso serio, sobrio, objetivo, sensato, ni optimista ni pesimista, un discurso ajustado a la realidad de esta España, que igual puede seguir avanzando como retroceder hacia el pasado. El discurso, en fin, que puede esperarse de un gobernante responsable. Pero estoy seguro de que, dijera lo que dijera, la respuesta que iba a obtener es que no ha dicho nada nuevo, que sigue en su línea de siempre, que los cambios que España necesita son otros, empezando por que él deje el poder. Que es el leitmotiv de la entera oposición en la campaña electoral que ya ha empezado ante las legislativas de fin de año. Igual dirían si hubiese cambiado a medio gabinete o anunciado que renunciaba a su coche oficial para usar el metro. Es la consigna. Rajoy no transmite. Rajoy vive en su hamaca, en su burbuja. Rajoy no es simpático. Lo dicen la oposición, los comentaristas afines al PP y los tertulianos de radios y televisiones supuestamente controladas por el Gobierno. Y mucho me temo que lo seguirán diciendo, mostrando, primero, una ignorancia supina en cuanto a prioridades, y segundo, ese afán autodestructivo que nos caracteriza a los españoles.

Los pueblos con un mínimo de cultura democrática no eligen a sus gobernantes para que sean simpáticos. Para eso están los cómicos, los histriónicos y, en último término, los periodistas. Para entretener a la gente. De los gobernantes exigen que resuelvan los problemas que tiene el país. Y si los españoles elegimos a Rajoy, fue para que nos sacase del pozo económico en que habíamos caído. Fue lo que ha hecho en estos tres años y medio. Sin preocuparse de otra cosa, sin concesiones a la galería, descuidando terrenos tan importantes como la comunicación y la corrupción. De acuerdo. Pero, lo quieran o no admitir, aquello lo ha conseguido. España ha empezado a remontar, con enormes sacrificios, eso sí, pero vuelve a crecer incluso más que lo esperado. Y eso es lo que la oposición no le perdona, lo que la izquierda no puede consentir, porque si lo consiente, si permite que esa remontada continúe, ya puede despedirse por la próxima década de cualquier poder y dedicarse a vender toallitas en los semáforos, pues para mucho más no sirve. Así que se han unido todos, izquierda dura, izquierda blanda, nacionalistas moderados, nacionalistas radicales, filoetarras, antisistemas y cuantos aspiran a vivir del Estado, a los que se han unido los que por una cosa u otra no les gusta Rajoy, para impedir que culmine su obra. A los primeros, les entiendo: les va el cocido en ello. A los que no entiendo es a quienes, desde posiciones conservadoras, les hacen el juego. Claro que tampoco entiendo cómo el PP ha consentido que le ganaran la batalla de la comunicación con todos los triunfos en la mano. Puede que Rajoy se haya equivocado de país, como nosotros con él. Cómicos, desde luego, tenemos un montón entre los que elegir.

Rajoy no es simpático

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