HORIZONTE
Más vale tarde que nunca
Dar títulos nobiliarios a nuestros infantes se hacía cuando renunciaban a sus derechos sucesorios. No cuando se casaban
Miguel Roca, como abogado de la Infanta Cristina, informó ayer de que fue la propia Infanta la que escribió a su hermano el Rey el pasado 1 de junio pidiéndole la retirada del título de duquesa de Palma de Mallorca. Aunque la carta no llegó a Zarzuela hasta el 11 de junio. Como procedimiento es sorprendente. Don Felipe no puede desposeerla de su posición en la línea de sucesión ni de su condición de Infanta de España, pues conforme a la Constitución lo es por ser hija de Rey. Sí puede retirarle, en cambio, un título que recibió por voluntad del Rey de España. En cambio Doña Cristina podría renunciar voluntariamente a su título y a sus derechos sucesorios sin necesidad de una intervención del Monarca. No lo ha hecho en el caso del ducado y ya se le ha puesto el capote para que lo haga respecto a la sucesión.
Parte de la trascendencia de que a una Infanta de España se le retire un título que le había concedido el Rey deriva también de la singularidad que tienen los títulos de duquesas de Palma de Mallorca y de Lugo. Dar títulos nobiliarios a nuestros infantes es algo que se hacia habitualmente cuando renunciaban a sus derechos sucesorios. No cuando mantenían en plenitud su condición de Infantes de España. Pero en esta materia Don Juan Carlos pareció dejarse llevar por el precedente franquista sin que el contexto tuviera nada en común. Durante el Reino de Franco, del que con tanto acierto ha escrito Joaquín Bardavío, las hijas de Don Juan sólo eran infantas a ojos de los monárquicos, porque legalmente su padre no era Rey. Por ello, cuando se casaron, se les dio los títulos de duquesa de Badajoz y duquesa de Soria para que no fuesen simplemente señoras de Gómez-Acebo y de Zurita. Solo siendo ya Rey Juan Carlos I se les reconoció la condición de Infantas. En el caso de Doña Elena y Doña Cristina, ellas eran Infantas de pleno derecho cuando matrimoniaron. Lo que quizá hubiera tenido sentido hubiera sido la concesión de un título nobiliario a sus maridos, lo que llegado el caso, hubiera hecho mucho más fácil desposeer de él a quien hubiera manchado el nombre de la Corona.
En todo caso, como el orden de los factores sí puede alterar el producto, el hecho de que la pérdida de su título se diera a conocer mediante decreto en el BOE y no a partir de la carta de Doña Cristina al Rey da un gran valor político al gesto del Monarca. La inmensa mayoría de las gentes de bien, por más problemas que tengan en la vida y por muchos errores que puedan cometer, tienen al final una familia sobre la que replegarse. Tu marido, tu mujer, pueden no serlo dentro de diez años. Pero lo que es seguro es que tus padres, tus hermanos y tus hijos lo serán mientras vivan. El drama familiar al que se ha enfrentado el Rey en este asunto es de gran dolor y no es fácil pedir fórmulas expeditivas. Aunque queda la duda de qué educación se dio a una Infanta de España del siglo XXI, que lleva años creando problemas a la Corona. La Corona no se moderniza sólo por hacer el protocolo tan sencillo que parece haber desaparecido, ni por pretender dar una imagen de la Familia Real en la que casi parecen ciudadanos del común. Eso puede salir muy bien un rato, pero es garantía de problemas a medio y largo plazo. El Rey sale hoy reforzado por su Real Decreto 479/2015. Pero tal vez los Reyes quieran volver a reflexionar sobre la educación que se imparte a las futuras Reina e Infanta de España. Formarlas como si fueran ciudadanas del común puede parecer muy políticamente correcto, pero puede prestarse a equívocos para ellas y para sus interlocutores. Y llegaría un día en que alguien podría decirles: si tú quieres ser como yo, yo quiero ser como tú.