EL ÁNGULO OSCURO
La sentencia
Ayudarte a ganar batallas con «La sentencia» no es tarea difícil, porque es un libro de una belleza arrasadora, tu libro más cuajado
Acabo de regresar de Segovia, donde se ha fallado el premio Gil de Biedma, que este año alcanzaba su vigésimo quinta edición. Para todos los miembros del jurado ha sido muy emocionante premiar La sentencia, un poemario hermosísimo y sobrecogedor de Santiago Castelo, escrito durante los últimos meses de su vida, una crónica en carne viva y espíritu en vilo de la enfermedad con la que batalló bravamente. Pertenecer al jurado que ha premiado este libro es uno de los más altos honores de mi vida.
La sentencia se abre con un poema del mismo título, en el que Castelo describe el momento en que le fue comunicada su enfermedad: «Sonó la palabra. Seca y rotunda lo mismo que / un disparo». Al conjuro de esa palabra maldita, mientras se siente desfallecer, vuelve al poeta la memoria de «toda la vida en un instante: la niñez en el pueblo; el viaje a Madrid; / los primeros amores». El poemario se extiende luego en la crónica de aquellas jornadas posteriores, en las que el autor bregó con las vicisitudes de la enfermedad («El cuerpo es un castillo en continuo derrumbe: / ayer, una muralla; hoy, una torre; quizás mañana / un puente…»). Parece milagroso (¡es milagroso!) que Castelo sacase fuerzas de flaqueza para contarnos las penalidades de aquellos meses –las sesiones de quimioterapia, los accesos de fiebre, la caída del pelo, los ingresos hospitalarios– con una verdad tan desnuda y aterida, llena de una luz que exorciza las tinieblas: «Te mantiene la fe, el ansia de la vida / y creer que en la noche el lucero que guiña/ te manda algún mensaje con algo de esperanza». Sobre el poemario sobrevuela una tensión constante entre la resignación ante los avances de la enfermedad y el ansia de seguir viviendo que brinda pasajes de una belleza a la vez serena y desgarradora, a veces resuelta a través de la nostalgia («Ya no puedes mirar el sol como lo hacías / ni dejar que la noche te envuelva en su relente / ni recorrer el mundo sin mirar los relojes / ni llenarte los labios de la pasión y el verso») y a veces a través de la rebeldía («Y tú quieres vivir y no te haces/ a la idea de la triste pesadumbre, / a la palabra vacua y resignada, / a los ojos de pena… Tú deseas / volver a un cielo azul con nubes frescas / y un viento nuevo que arrase las cenizas»).
En La sentencia, entre los escombros del dolor, siguen estando presentes los temas más recurrentes de la poesía de Castelo: el amor a su tierra extremeña («Viviré en los encinares / cuando sólo sea memoria, / cuando te borre la historia / y tus versos sean cantares»), la celebración de la lealtad («Sólo estamos los dos, / desnudos ante el mundo, baldados de dolores, / la juventud perdida; pero cuánta esperanza») y el recuerdo melancólico de la infancia. Mientras leía un extraordinario soneto titulado «Malditismo», pensé que Castelo entabla hablando conmigo: «Somos la mezcla rara que desnorta: / buen vividor, católico… y maldito. / ¡Anatema sin más y al infinito / se lanzan las infamias! No se acorta // la lengua en el ataque clandestino./ Ser la casualidad golfa y besada / y escribir y triunfar y amar el vino // y hasta rezar de forma apasionada, / es nuestro malditismo y nuestro sino… / Por eso nos condenan a la nada».
Pero no podrán hacerlo, amado Castelo. Porque hay un Dios que vela por nosotros, dándonos un triunfo mucho más valioso que la condena del mundo. Y siempre nos sobrevive algún leal escudero que nos ayuda a ganar batallas después de muertos. Pero ayudarte a ganar batallas con La sentencia no es tarea difícil, porque es un libro de una belleza arrasadora, tu libro más cuajado y verdadero, tu testamento poético, la sangre de tus venas, el dolor de tu carne y la victoria de tu alma sin parangón.