CAMBIO DE GUARDIA

La hipótesis Aguirre

Su idea: un bloque constitucional que dure lo necesario para salir del atolladero

Gabriel Albiac

«Lo igual se dice de lo distinto»: cosas del viejo Platón. Los distintos pactan, sobre los fundamentos en los cuales son iguales. Un acuerdo, el que sea y en cualquier ámbito de la vida, exige la definición previa de un criterio. Para fijar fronteras. El criterio es la regla común, a partir de la cual se despliega una diversidad regulable.

La propuesta de Esperanza Aguirre, anteayer, al PSOE y a Ciudadanos se reduce a eso: definir lo común y poner frontera a lo ajeno. Es algo tan elemental que debería sorprendernos la sorpresa –o aun el malhumor– que levanta. En cualquier país europeo «normal», ni siquiera hubiera sido preciso verbalizarlo. Como no se verbaliza, en Francia, lo que hay que hacer cuando pasa a la segunda vuelta un populista: los socialistas votan al candidato conservador, como los conservadores votan al socialista; todos contra el populismo. Como iba de sí que, en circunstancias críticas, Alemania formara gobierno de amplia coalición. Se hace. Automáticamente. Porque lo que está en juego es demasiado grave para entretenerse en minucias o, peor, en intereses particulares.

Hay un «común» entre la casi totalidad de los partidos con representación en el Ayuntamiento madrileño. Y algo «distinto» en uno de ellos. PP, como PSOE, como C’s definen tesis de trabajo diferentes –y aun contrapuestas– sobre una misma hipótesis de base: el respeto a leyes y Constitución. Los populistas se sitúan al margen de ellas y se dicen dispuestos a violarlas. Eso define los campos. Inequívocamente. La experiencia de entreguerras en Europa, y toda la historia del siglo XX en América Latina nos ha enseñado que con los populismos no se juega. Y que el que juega pierde. Pagamos todos. En pérdida de libertad. También en ruina económica.

La inercia de las mayorías sólidas a lo largo de treinta y siete años ha hecho perder a los partidos españoles esa perspectiva: la del primado del criterio como única garantía de continuidad democrática. El criterio, en toda Europa, se llama aceptación de las reglas de juego: Constitución y leyes nacionales. De un lado están aquellos que las defienden, por encima de sus divergencias y las graves confrontaciones que entre ellos puedan darse. Del otro lado, quienes parten de la insumisión a ellas. En el momento en que estos últimos alcancen electoralmente –o mediante extraños pactos– la mayoría absoluta, el cambio de régimen será inevitable. A la espera de eso, para todos cuantos se dicen constitucionalistas queda abierto un solo criterio racional: impedir cualquier acceso al poder de ese factor de quiebra colectiva del sistema que es el populismo.

Que PSOE y PP se detesten está en la normalidad de las cosas. Ambos son constitucionalistas, sin embargo. Corruptos, ineptos, odiosos... pero constitucionalistas: mal menor. Constitucionalistas son los aún inéditos Ciudadanos. Enfrente tienen al autoproclamado populismo. Lo que es igual: un preámbulo de los fascismos clásicos. PP, PSOE, C’s deberán definir, de modo serio, su criterio. Y sólo hay dos: 1) el que fija el viejo eje metafórico «derecha/izquierda»; 2) el que marca la barrera del constitucionalismo.

–1) Exigiría el pacto estratégico PSOE-Podemos; del cual derivaría la rápida absorción del primero en el segundo; en menos de diez meses, España estaría intervenida por la UE, y Grecia sería nuestro único horizonte.

–2) Es la hipótesis Aguirre: un bloque constitucional que dure lo necesario para salir del atolladero.

Este es el juego. Estas son las responsabilidades.

La hipótesis Aguirre

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