LLUVIA ÁCIDA

Purga generacional

Rivera vive de ser un aliviadero del enojo con lo convencional al que puede uno acudir a desahogarse sin miedo

David Gistau

Albert Rivera debería considerar que el secreto de su éxito no sólo no depende de las cosas que dice, sino que éstas lo ponen en peligro. En eso recuerda a Marilyn. Empieza a oírse un redoble de tambor de allá va el trapecista cada vez que le ubican un micrófono delante. Rivera vive de ser un aliviadero del enojo con lo convencional al que puede uno acudir a desahogarse sin miedo a desestabilizar el sistema o a comenzar una revolución. Añádase la virtud de fabricar una bisagra que excluya el nacionalismo. Y ya está. Cualquier cosa que se diga para agregar algún argumento a esto supone un riesgo. Y no digamos cualquier cosa que se haga o pueda llegar a hacerse. Como arruinar al mismo tiempo el discurso de la transversalidad y el de la honestidad apoyando en Andalucía un gobierno famoso por la corrupción que fomentó y tratando de disimular con la ocurrencia de que extirpar a Chaves supone toda la profilaxis moral necesaria para semejante volumen de podredumbre.

Rivera se ha caracterizado por un estilo discursivo basado en el experimento y su corrección. Dice cosas con las que busca un efecto en las tertulias, la gente –sus intelectuales tutelares incluidos– se lleva las manos a la cabeza como diciendo madre mía lo que estuve a punto de votar, y sólo entonces Rivera retira del argumentario esas cosas de las que nunca más se le oye hablar. Esta semana, estamos teniendo problemas con la gestión de ocurrencias porque Rivera ha soltado dos al mismo tiempo. La primera, que destroza la fotogenia de las literas en aquella España que adoptó como padrino a López Vázquez, me sugiere preguntarme cómo piensa vigilar Rivera que no ponga a mis tres hijos a dormir en la misma habitación, o con qué sistema de alarma puedo evitar que uno se venga a la cama de los padres y provoque superpoblación en un cuarto que la ordenanza exige que sea para dos. Por no hablar de que aquí acaba mi fantasía de la relación poligámica y tener la habitación como el harén de un pachá.

La segunda es genial. La abdicación del Rey impuso un desplazamiento generacional del cual sólo se han preservado la presidencia del PP y la portería del Real Madrid. Pero es que Rivera, buscando una partición generacional que sustituya la ideológica, acaba de declarar que cualquier persona mayor de 38 años es inválida para la vida pública. Que la refundación nacional y la búsqueda del porvenir son empresas que quedan acotadas para los nacidos en el 78 o después. A partir de los 39, búsquese usted un «hobbie» y no moleste. El listón es ya tan bajo que no se trata de jubilar a la generación del Rey, sino a cualquiera, a juzgar por la frontera temporal trazada por Rivera, que haya cometido el delito de estar vivo durante los estertores del franquismo. Aunque fuera en edad de manchar pañales. Haber existido bajo Franco entraña un riesgo de contaminación por contacto que excluye al posible portador de franquismo vírico de la vida en democracia. Para detectar el ébola al menos hay un «test».

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