POSTALES

Encuestas indigestas

Cuando la encuesta llega al público es ya mercancía averiada

José María Carrascal

HABRÁ que empezar a ponerse serio con las encuestas. Por ejemplo, obligar a que antepongan a sus resultados un aviso como el de los medicamentos: «Este producto puede ser perjudicial para su salud si no se toma por prescripción médica». O postergarlas a las páginas de humor. O a las de chismografía. Porque lo que está ocurriendo con ellas últimamente no es serio. Eso de que el día anterior a las elecciones inglesas predijeran un empate técnico y hasta una victoria laborista no fue un error, fue una irresponsabilidad. Y los periódicos también tendrían que tomar medidas porque son en buena parte culpables, dándoles una credibilidad que no tienen e incluso encargando algunas por su cuenta. En el mejor de los casos (en el peor, no quiero imaginarlo), una encuesta refleja sólo un estado de opinión en un momento dado, sin garantía alguna de que se mantenga. Y con la velocidad con que se suceden los acontecimientos, seguro que cambiarán. O sea, que cuando la encuesta llega al público es ya mercancía averiada. Como lo era la última del CIS, hecha antes de que hubiese estallado el caso Monedero. Por este camino, las encuestas sólo servirán para saber lo que posiblemente no tendrá lugar.

Me queda sólo media columna para evaluar las elecciones inglesas. Tampoco se necesita más, tan claras han sido, aunque los perdedores, dentro y fuera del Reino Unido, intentan desdibujarlas. Cameron ha vencido, como venció en el referéndum escocés, porque mantuvo el rumbo que se había marcado y aceptó el desafío de sus adversarios. Los pueblos serios quieren como gobernantes a hombres o mujeres dispuestos a tomar todo tipo de medidas, las desagradables incluidas, siempre que sean las que necesita el país. Como hizo Mrs. Thatcher al hacerse cargo de un Reino Unido desafiado por las bombas del IRA, por los sindicatos y por la ruina. Se me dirá que ahora tiene el problemazo de Escocia. Pero el problemazo de Escocia es tanto o más de los escoceses que de los ingleses propiamente dichos. Porque ya hemos visto que, puestos ante la disyuntiva de votar la separación, votan que no. Como buenos nacionalistas, quieren la independencia, pero sin perder las ventajas de estar en una entidad económica y política mayor, como el Reino Unido y la Unión Europea. Pero eso ya no lo deciden ellos. Lo deciden la Unión Europea y el Reino Unido, que lo aceptarán, o no, si conviene a sus intereses. En cualquier caso, David Cameron sale muy reforzado para afrontar los desafíos que le esperan en su nuevo mandato, que son muchos y serios, como los de todos,

Respecto a si las elecciones británicas son transvasables a España, diría que sólo en parte. A los españoles nos falta la frialdad inglesa para anteponer los intereses generales a los prejuicios personales. En este sentido, no existe comparación. Pero, por otra parte, también empezamos a votar distinto a lo que dicen las encuestas y las tertulias. Buena señal.

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