UNA RAYA EN EL AGUA

Una campaña de siete meses

La altísima volatilidad de la opinión pública ha convertido las encuestas en un tiovivo de caballitos que suben y bajan

Ignacio Camacho

Abróchense los cinturones: esta campaña electoral no dura tres semanas sino siete meses. Las elecciones del 24 son sólo una meta volante, una primera vuelta, aunque se disputen en ellas significativas cuotas de poder o, con más exactitud, de presupuesto. Pero la pancarta de llegada está en las generales de noviembre o diciembre. Pese a la descentralización cuasi federal, en España el poder propiamente dicho continúa residiendo en un Estado cuyo control constituye el objetivo esencial de la política. Por eso lo que ahora comienza, tras la etapa prólogo de Andalucía, es un ciclo de escalada hacia el Gobierno que condiciona toda la vida institucional hasta final de año. Y en el que, como está demostrando el impasse andaluz, los resultados intermedios serán en gran medida provisionales.

La altísima volatilidad de la opinión pública, que está convirtiendo las encuestas en un tiovivo de caballitos que suben y bajan, no permite pronósticos ni siquiera a corto plazo: la intención de voto cambia no sólo con cada escándalo sino con cada tertulia de prime time. La única previsión fiable es que el PP va a sufrir un considerable retroceso de facturación y una importante pérdida de poder territorial y local. Habrá frentes de izquierda para derribarlo allá donde los pueda haber y en el resto tendrá que aviárselas en solitario porque Ciudadanos no parece dispuesto a hacerle de cirineo en pactos que comprometan su expectativa de otoño. Cada investidura va a ser un forcejeo determinado por la certeza de que el mercadeo táctico de sillones en junio tiene una factura estratégica que se paga en escaños de noviembre.

Para el Gobierno, consciente de que le espera un calvario, el dato esencial es el de la suma de votos municipales en toda España. Rajoy busca un mapa lleno de banderitas azules que le permita proclamarse vencedor a expensas del posterior cambalache. Su prioridad es la de resistir como primera fuerza nacional y esperar que el inevitable castigo desagüe ahora para remansarse. Sin embargo existen factores cualitativos que influirán en las percepciones sociales. Con Valencia hundida ya en un insalvable pantano de corrupción, Madrid y Castilla-La Mancha serán los bastiones críticos donde el PP medirá su capacidad de resistencia. Perder el feudo manchego cuestionaría a la secretaria general del partido, pero una derrota en la capital equivale a oficializar ante todo el país el cambio de ciclo.

El otro tablero estratégico es Cataluña, donde Podemos y la izquierda radical tienen a tiro la alcaldía de Barcelona y donde el secesionismo disputa su propia partida, con C’s como único adversario no nacionalista con las vigas en orden. En el bucle encadenado de urnas, un mal balance puede forzar a Mas a revocar la convocatoria soberanista de septiembre.

La catarsis contra el bipartidismo está en marcha. Ma non troppo; quizá lo único peor que aguantarlo sea que desaparezca.

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