CAMBIO DE GUARDIA
El vuelo
«No es un hombre de partido». Tiene suerte, Monedero
El tópico estaliniano imponía al bolchevique ser «hombre de una materia diferente». Que no es la de los sueños shakesperianos, desde luego. Dice don Pablo Iglesias que no estaba así forjado su hasta anteayer camarada: «No es un hombre de partido». Tiene suerte, Monedero. En otro tiempo, no ajustarse a la materia consagrada hubiera tenido un coste muy distinto al del simple «vuelo». Si un dirigente hubiera escuchado esa fórmula, «quiere volar», entre 1934 y 1938, se hubiera estremecido. «¿No pensará usted en suicidarse, verdad camarada Koltsov?», escucha el viejo bolchevique formular cariñosamente a Stalin, tras su regreso de España. Y sabe que para él todo ha terminado, que es ya sólo un muerto en vida. Ejecutado en 1940.
André Malraux narra, con telegráfico horror, su último paseo por París con el Bujarin al cual pensó poder salvar allí en 1938: «Fue hace mucho. Bujarin, atravesando a mi lado la Plaza del Odeón, me confió como en un sueño: Y ahora, él me matará...». Bujarin era, él sí, un intelectual. Y un hombre de dura acción desde muy joven. Y sí tenía una obra en la cabeza, que murió sin haber nacido. Nicolai Bujarin voló a Moscú al día siguiente. Para que «Él» lo matase tres meses más tarde. No lo forzó nadie. Fue primero envilecido. Después asesinado. Y borrado. Ni siquiera el privilegio de un papel y un lápiz para escribir su testamento le fue concedido. Durante largas jornadas de vis a vis, hubo de hacer memorizar, palabra por palabra, ese testamento a la que iba a ser su viuda, quien habría de conservarlo en la cabeza durante decenios, antes de hacerlo público en el exilio. Es el documento más triste; el de un hombre que abraza a sus verdugos: «Camaradas, en la bandera roja que enarbolaréis hasta la victoria final, hay una gota de mi sangre».
Seis años antes, Nikolai Ostrovski había hecho de ese sacrificio a los dioses más oscuros, épica. Así se templó el acero fue, en 1932, el catecismo, un poco cursi, en cuya epopeya se narró el ideal de una generación enferma de buenas intenciones. Y de desenfrenada servidumbre. «Hombres de una materia diferente…». La del revolucionario profesional que Ostrovsky fue y cuyo ideal retrato cristaliza en la retórica del Pável de su novela: «Lo más preciado que posee el hombre es la vida. Se le otorga una sola vez, y hay que vivirla de forma que no se sienta un dolor torturante por los años pasados en vano, para que no queme la vergüenza por el ayer vil y mezquino, y para que al morir pueda exclamar: ¡toda la vida y todas las fuerzas han sido entregadas a lo más hermoso del mundo, a la lucha por la liberación de la humanidad!». Tras la retórica humanitaria, acechaba la carnicería: procesos de Moscú. Suele pasar.
Algo de eso hay en la purga de Monedero. Jibarizado. Mejor así. Un muerto simbólico puede, al menos, dedicarse a cuidar su jardín. Es mucho, si uno recuerda lo que fue la historia. La historia de los hombres que fueron forjados en una tan diferente materia. La que el jefe niega ahora a Monedero.