PECADOS CAPITALES

Madrid cambia de ciclo

Este es un tributo a los políticos que sí creían en Madrid y que la España líquida manda a sus casas

Mayte Alcaraz

Hace 48 horas se celebró el último Pleno en el Ayuntamiento de Madrid. Queda un trámite pendiente, pero a todos los efectos ayer acabaron una legislatura, un ciclo y hasta un tiempo. Terminó una manera de hacer política que ya se dejó algunos jirones cuando, a finales de 2011, el anterior alcalde, Alberto Ruiz-Gallardón, se fue sin mirar atrás en busca de un futuro que cabía en una caja de alfileres. Punto final para una generación de responsables públicos, educados en la Transición, que –más allá de las diferencias ideológicas– se trataban de señorías con la misma naturalidad con que compartían un menú grasiento. Porque, aunque parezca mentira, la mayoría creían en el servicio público y no militaban ni en la Púnica ni en la Gürtel ni montaban en el tranvía de Parla.

Era cuando Leguina le reprochaba a Gallardón que no había sido ni presidente de su comunidad de vecinos; o cuando el exalcalde desmenuzaba la «e» del apellido de Lissavetzky en dos sílabas («i» y «e»), como homenaje a su abuela rusa; o cuando Ángel Pérez le contaba al portavoz socialista los avances con las guitarras de rock que coleccionaba; o cuando Manuel Cobo cruzaba los votos de las encuestas más reñidas; o cuando al otro lado de una pregunta de un periodista había una respuesta inteligente y respetuosa. Era cuando Madrid se diluía en una taza de café en torno a la cual unos y otros prestigiaban la política. De los 57 concejales actuales, solo diez concurren el 24-M. He aquí una metáfora de la mudanza madrileña: al único portavoz que pretende repetir, David Ortega (UPyD), las encuestas lo envían al paro. El pensamiento líquido, la volatilidad del voto y la corrupción, unidos a los errores propios (incluso al fuego amigo) y a los aciertos mediáticos ajenos, mandan a casa a toda una generación que transformó Madrid, el poblachón manchego poblado de subsecretarios, en motor de España. Una Comunidad y una ciudad a las que se dotó de estatus autonómico solo por la inercia de la descentralización, pero que han terminado siendo un modelo de progreso y solidaridad con el resto de España. De hecho, Madrid aporta 16.723 millones de euros más de los que recibe, justo el doble que Cataluña.

El 25 de mayo Madrid dejará de ser de cuatro partidos para repartir su alma entre seis, si UPyD resiste. Es más que previsible que Ciudadanos y Podemos irrumpan para dar un sopapo de transparencia y decencia a los viejos políticos. Es hora de que la corrupción deje de ocupar nuestro prime time. Pero, además de encandilarnos con eslóganes, los partidos emergentes tendrán que encender la capital cada día: gestionar la sanidad, la educación, pagar la deuda, cumplir el déficit, repartir medallitas a los ancianos, asistir a los dependientes, arrancar los autobuses, recoger la basura y llenar de turistas los espléndidos museos que laten en su corazón ilustrado. Sea para mejor el cambio. A pesar de la nostalgia.

Madrid cambia de ciclo

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