POSTALES

La venganza de África

Lo que necesita África no son bombas, sino que las un día potencias coloniales vuelvan con maestros, ingenieros o policías

José María Carrascal

Hay naciones frustradas –aquellas que no han conseguido ser estados– y hay continentes frustrados, aquellos que no han logrado ser más que geografía porque la historia propiamente dicha, de naciones articuladas, aún no ha empezado. África, donde según todos los indicios la raza humana comenzó su larga andadura, es el principal de ellos. Tal vez se deba a eso, a que los africanos están caminando desde entonces, en busca de lugares más propicios para el ser humano. No lo sé, lo único que sé es que no han conocido más que calamidades, cuando no ignominias, como la captura y trata de esclavos.

En mi carrera periodística he conocido dos que se le acercan. La primera, cuando rusos y norteamericanos decidieron en Yalta repartirse el mundo, incluidas las colonias de las potencias europeas, para lo que lanzaron la «descolonización», la independencia de las mismas. Fueron los años de la orgía descolonizadora, con estados surgiendo como hongos en África, sin tener en cuenta que no eran naciones ni estados, sino conjuntos de tribus, a menudo rivales entre sí, sometidas a la férula de la potencia colonial. Desaparecida esta, volvieron a matarse, pero ya no con arcos y flechas, sino con las armas que les vendía la propia exadministradora. Así se han extinguido tribus enteras aplastadas por las vecinas más fuertes y brutales. De esa tragedia nadie ha hablado porque no era políticamente correcto.

Más recientemente, hemos tenido la famosa «primavera árabe». Exportemos nuestra democracia a aquellos países, derroquemos a sus dictadores y dejemos florecer la libertad en ellos, nos decía la progresía. Bueno, pues ya han visto los frutos. Echamos a bombazos a Gadafi y ahora queremos hundir a bombazos a los cacharros de barcos que inundan de refugiados nuestras costas. El Mediterráneo se ha convertido en un cementerio de náufragos, y tanto el mundo árabe como buena parte de África, en el botín de la versión más cruda, más retrasada, más violenta, más antioccidental del islam. A eso nos ha conducido la ingenuidad, por no llamarla imbecilidad, de nuestros políticos. «Lo que sí puedo decir es que la calidad de nuestra oposición ha descendido», advertía ayer Rajoy en el Congreso ante un jefe de la oposición que ni sabe que hay sustantivos que abarcan ambos géneros. Aunque no es su peor fallo.

«¡Oh, libertad, cuantos crímenes se cometen en tu nombre!», clamaba Madame Roland, heroína de la Revolución Francesa, camino de la guillotina. ¡Oh, África, cuántos crímenes hemos cometido en ella!, deberían decir los representantes europeos reunidos en Bruselas. Lo que necesita África no son bombas, sino que las un día potencias coloniales vuelvan con maestros, ingenieros, policías, administradores para devolver a aquellas gentes parte de lo que les hemos robado. Pero ¿a que a nadie se le ocurre esa idea? Por lo que debemos aceptar la venganza de África.

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