VIDAS EJEMPLARES

Relájese, Don Juan

La reticencia perenne de nuestro premiado con su país

Luis Ventoso

Sería uno un atrevido y un auténtico gañán si con unos conocimientos limitados se atreviese a cuestionar las cualidades de la obra literaria y ensayística de Juan Goytisolo, escritor de saberes enciclopédicos, que constituye un género en sí mismo por su originalidad. Aplaudimos que le entreguen hoy el Cervantes, pues ha concitado la unanimidad de quienes saben (aunque los profanos podemos permitirnos la frivolidad de confesar que hemos intentado varias veces adentrarnos en lo suyo y en unas ocasiones nos derrotó el soporcillo, y en otras, la disconformidad con su manera de ver el mundo). Goytisolo es un maestro cosmopolita, que se ha codeado con auténticas luminarias de su siglo y ha visto pasar mucha vida real por delante de sus pupilas. Posee un castellano rico y atemporal y una estética propia.

Celebramos, como no puede ser de otro modo, que se premie al gran literato y pensador. Pero en este día de merecido homenaje apetecería decirle –con cariño– una frase a don Juan, nacido hace 84 años en Barcelona, en el seno de una distinguida familia de clase alta, y que en los últimos 56 años nunca ha vivido más de dos meses seguidos en su país: «Relájese, hombre, aparque alguna vez la fatigosa reticencia con que habla y escribe siempre de España».

Don Juan no se acicalará hoy con el chaqué ceremonial del mayor premio del español. Dice que de ponerse algo sería «una chilaba». Me temo que el gesto no lo hace humilde, al revés: al desmarcarse de lo que fue norma para todos los premiados anteriores marca un punto de distancia y superioridad que se podría considerar narcisista.

En sus artículos, comentarios y entrevistas, don Juan acostumbra a poner verde a España (aunque ahora está algo ilusionado con los lumbreras de Podemos). Para él, los días del final del franquismo y los de la Transición fueron una etapa de palpitante expectativa y de una riquísima vida cultural, que con el tiempo se ha ido al garete. Hoy España, según él, «yace en estado de postración». En nuestro país –añade– sigue vivo «el canon nacionalcatólico», que no sé muy bien en qué consistirá, pero que don Juan, que no vive en España desde el año de la polca pero que es más listo que yo, denuncia con brío desde su dacha de Marrakech.

Instalado en Marruecos desde los años noventa, estamos seguros de que don Juan, dado su espíritu comprometido e indómito, pronto nos regalará algún valiente ensayo denunciando que el holding particular del monarca alauí es la primera empresa del país, que su democracia resulta tan imperfecta que a duras penas admite tal nombre, que el machismo atosigante campa por sus calles, que no se acaba de crear prosperidad, pese a un magnífico emplazamiento geográfico, y que España, al lado de su vecino, es un edén de servicios sociales, seguridad jurídica y bienestar. En resumen, que España es la historia de un gran éxito, que hemos construido entre todos mientras don Juan se paseaba desde los 26 años por París, Estados Unidos, Marrakech… para pintarnos deformes en su espejo cóncavo del Callejón del Gato.

Relájese, Don Juan

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