POSTALES
La maldad de las cosas
Puede que el principal fallo del «progresismo» sea haber extendido la idea de que es gratis. Cuando no hay nada gratis en este mundo
Espero que estén de acuerdo conmigo en que el mundo se ha hecho un lugar bastante peligroso. Lo que ya no sé es si lo estarán con las conclusiones que saco. Que el mundo se ha hecho un lugar peligroso lo comprobamos al abrir el periódico cada mañana: la muerte puede esperarle a uno en un barquichuelo atestado cruzando el Mediterráneo, en una playa de Río, en un avión alemán, en una cueva del Atlas o en un instituto de Barcelona, por citar sólo los casos más recientes de muertes que hace sólo unas décadas no ocurrían. Y la primera pregunta que viene a la mente es: ¿por qué pasan ahora? La respuesta es de cajón: porque antes esas circunstancias no se daban. Porque el Mediterráneo no se había convertido en la ruta hacia la felicidad o la muerte para millones de africanos; porque no nos íbamos a dar un garbeo por Copacabana; porque los productos alemanes nunca fallaban; porque los deportes de riesgo no existían y porque los chicos no jugaban con armas mortales como si fueran juguetes. Quiero decir que buena parte de lo que está ocurriendo se debe al desarrollo de nuestra propia civilización, que nos está dando cada vez más instrumentos, más oportunidades, más incentivos para hacer lo que queremos, lo que deseamos, lo que soñamos, algo que no tenían nuestros padres y no digo ya nuestros abuelos, quienes con poder llegar a fin de mes se consideraban felices.
¿Significa esto que el progreso es malo? No, de ninguna manera. El progreso es bueno, y la prueba está en que cientos de millones de personas viven hoy mejor que hace dos generaciones y miles de millones aspiran a ello, jugándose incluso la vida en ello. El progreso es neutro, depende de cómo lo usemos, y ahí precisamente está el quid de la cuestión: en cómo lo usamos.
Puede que el principal fallo del «progresismo» sea haber extendido la idea de que es gratis. Cuando no hay nada gratis en este mundo. Todo avance trae consigo un riesgo. Toda ventaja, una desventaja. La ley de la gravedad universal se extiende también al comportamiento de las personas. Los físicos lo llaman, jocosamente, «la maldad de las cosas», y ponen como ejemplo que si cae una tostada al suelo siempre cae por la parte que tiene mantequilla y mermelada. Pero no es por la maldad de la tostada: es porque por esa parte pesa más. De ahí que siempre que forzamos algo, una ley, un comportamiento, una actividad, aumentamos el riesgo proporcionalmente. Que se lo digan a los personajes que están siendo citados por los jueces.
Creíamos que el progreso era gratis. Sobre todo las últimas generaciones han crecido con la sensación de que todo, incluso lo más excepcional y extravagante, podía alcanzarse, además, sin esfuerzo. Como están comprobando, no es así. Hay un precio a pagar por todo. ¿La maldad de las cosas? No, no, nuestra ingenuidad, por no decir tontería.