VIDAS EJEMPLARES
Sin gracia
De repente a una moda se le ven las hechuras y empieza a desinflarse
Un hilo inaprensible separa la moda del olvido. Sucede en todos los órdenes. A veces incluso lo sufren los mejores. Bob Dylan es uno de los mayores artistas del siglo XX. Pero en los ochenta el público le dio la espalda, lo arrumbó como si fuese la sombra desechable de su propio mito (luego el abuelo se vengó con una espectacular reinvención crepuscular, pero esa es ya otra historia). Ocurre también en el amor: la mirada cambia, sin que se sepa el motivo, y una pasión de fuego se convierte de repente en un congelador. Hubo un tiempo en que España se tronchaba con Esteso y Pajares, con aquellos astracanes despelotados de Ozores. Un día dejaron de tener gracia y hoy nos asombra el éxito de una comicidad tan bravía. Sucede, por supuesto, en la política, una y otra vez. Churchill gana la guerra y sus ciudadanos lo mandan a casa: se han aburrido de su héroe. Adolfo Suárez pasa en un instante de hombre providencial a difuminarse en un triste partido bisagra. Perdió el brillo. El público cambió. Querían otra cosa.
En los días de la información instantánea, del vértigo de internet, el hambre de novedades se ha vuelto bulimia. Hoy resulta más fácil encontrar un lugar bajo el sol, pero es mucho más duro mantenerse. La televisión se ha convertido en una picadora de personajes de usar y tirar. Zara lo ha entendido: las modas duran una semana, por eso cambia sus colecciones con tan frenético compás.
Súbitamente, Pablo Iglesias, el inteligente actor que da rostro a Podemos, ha empezado a convertirse en moda antigua. La coleta y las mangas remangadas empiezan a parecer la colección de hace muchas semanas. La vacuidad de la propuesta asoma por las costuras mal pegadas del nuevo partido. La ética virginal está embadurnada de sospecha tras cobros hediondos y unas excusas de pura casta.
Estudioso atento de cómo opera la propaganda, Iglesias escucha el tic-tac de su cuesta abajo y busca golpes de efecto. Pero la magia se le ha escurrido entre los dedos. Lo que aspira a ser original se torna –ay– ridículo. El primer aviso fue aquel penoso monólogo teatral con que pretendió dar réplica al Debate del estado de la Nación. La velada provocaba vergüenza ajena.
Con la bobería de regalar «Juego de tronos» al Rey, el profesor Iglesias volvió a probar ayer que necesita llamar la atención desesperadamente. En un besamanos con los eurodiputados españoles tenía que subrayar que él es diferente, rompedor, el más guay… «Juego de Tronos» es una serie de Estados Unidos, el país que tanto fascinó al despejado Tocqueville a comienzos del XIX. Aquella joven nación había concedido al hombre común una dignidad de derechos sin precedentes. Lo admiraba también su ética de trabajo, su pasión por ganar dinero y prosperar. «Tengo un amor apasionado por la libertad, la ley y el respeto por los derechos», repetía Tocqueville.
Pero a Iglesias de Estados Unidos le gustan sus series, no sus libertades. Prefirió buscar plata y ejemplo más al sur, en el calamitoso comunismo chavista. De aquí a las generales, Pablo hará media docena de patochadas más. Hay que llamar la atención. Pero «la gente», como él dice, empieza a estar ya en otra cosa. Que pase el siguiente…