POSTALES

Comienza el gran espectáculo

Hillary tiene que competir a la vez con y contra su marido, Bill, y contra y con el hombre al que sirvió, Barack Obama

José María Carrascal

Comienza la carrera presidencial norteamericana 2016, y ya tenemos dos candidatos en liza, una mujer y un hombre. Ella lo ha sido casi todo en la política norteamericana. Él apenas es conocido fuera del mundo hispano, del que procede. Abuela la una. Con hijos pequeños el otro. Demócrata y republicano. Con apenas historial él. Con tal vez demasiado historial ella. Pero nadie crea que van a competir solos. Van a ser más, muchos más los que compitan, y ni siquiera es seguro que estos dos lleguen al cara a cara definitivo en el otoño de 2016, ya que antes tienen que derrotar a los rivales dentro de sus respectivos partidos. Las elecciones presidenciales norteamericanas son la mayor carrera de obstáculos del mundo. Y la más larga: diecisiete meses.

Hillary Clinton sale con ventaja: es muchísimo más conocida, cuenta con más dinero y es mujer. Después de que un católico y un negro han llegado a la presidencia, parece ser el turno de una mujer, a fin de cuentas constituyen más de la mitad del electorado. Y entre las mujeres, ella tiene las mejores credenciales: conoce la Casa Blanca del derecho y del revés, ha sido secretaria de Estado y montones de cosas más. Pero esas ventajas pueden volverse contra ella. Por lo pronto, el pueblo norteamericano empieza a sentir rechazo hacia las dinastías: los Kennedy, los Bush, ¿ahora los Clinton? No, no, nuestro sistema no es monárquico. Más grave aún es que Hillary tiene que competir a la vez con y contra su marido, Bill, y contra y con el hombre al que sirvió, Barack Obama. Demostrar que no es una simple copia de ellos, que no cometerá los errores que ellos cometieron, sobre todo el actual presidente, aunque tampoco repudiarlo, pues sería en cierto modo repudiarse a sí misma. Un difícil equilibrio que sólo puede mantener demostrando poseer más personalidad que los dos hombres de su vida, personal y política. Que la tiene. La incógnita es si será bastante.

Marco Rubio está en el extremo opuesto. Política y personalmente. Hijo de emigrantes cubanos antes de que Castro llegara al poder, personifica el más típico «sueño americano», ese que permite llegar a lo más alto desde lo más bajo, a base de trabajo, pasión, inteligencia y osadía. Objetivamente, sólo permite apostar por él que hasta ahora se ha salido siempre con la suya. Cuando presentó su candidatura al congreso de Florida era un completo desconocido, pero una carrera frenética por el estado durante tres meses le permitió transmitir su eléctrico mensaje en todos los distritos, y ganó la carrera. Luego, cuando en 2010 aspiró a un escaño en el Senado de Washington nada menos que contra el gobernador de su estado, Charlie Crist, llevaba 35 puntos de desventaja. Y ganó también. O sea, hay que andarse con mucho cuidado al apostar contra él. O contra cualquier contendiente, porque esta carrera de obstáculos sólo acaba de empezar, sin que nadie sepa cómo acabará.

Y ¿por qué no un hispano?

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