UNA RAYA EN EL AGUA
Rajoy el «marxista»
En su rudimentario diagnóstico economicista de la crisis, el presidente ha olvidado el peso de los intangibles políticos
En un momento tan ideológicamente ambiguo que ni Pablo Iglesias se atreve a confesar su inequívoca filiación comunista, el único análisis en puridad marxista de la realidad española es el que hace Mariano Rajoy, convencido de que todos los males de la nación provienen de la economía y por tanto se curarán cuando ésta mejore de forma sustantiva. Tal vez ni siquiera el presidente llegue a creer que su receta de devaluación y crecimiento pueda cicatrizar a corto plazo las profundas heridas estructurales de siete años de dura recesión, pero sí está confiado en que le alcance para otra victoria electoral mediante la recuperación del consumo y el nivel de vida de las clases medias que han logrado sobrevivir a la exclusión y la fractura. Este economicismo pragmático y rudimentario contrasta sin embargo con las percepciones sociales de una crisis política e institucional de fondo; lo que las encuestas señalan es un deterioro de los mecanismos de representación y un desgaste de las costuras del sistema mucho más intenso que un simple agujero en el bolsillo de las monedas.
El presentido retroceso del PP, capaz en apariencia de afectar a su liderazgo no sólo en el país sino en la propia derecha, parece más bien una cuestión de intangibles que el marianismo no ha calculado bien en su evaluación o no ha medido en sus consecuencias. Los años de caída de la productividad, los salarios y el empleo han provocado una avería política de primer orden que afecta a la confianza ciudadana con graves secuelas psicológicas. En ese sentido el diagnóstico de Rajoy peca de superficial y descubre que un hombre de mentalidad conservadora no puede aferrarse a un principio mal depurado de marxismo sintético sin quedar descolocado en la impostura. La sociedad posmoderna es demasiado compleja para encajar en reduccionismos ortopédicos.
Por esa razón el presidente no acaba de comprender que habiendo cumplido sus objetivos esenciales la realidad se comporte de forma reactiva. Podía entender el fenómeno Podemos como sacudida extremista ante el estancamiento de una socialdemocracia sin soluciones; en principio incluso no le venía mal una amenaza rupturista que lo reforzaba como garantía de estabilidad prudente. Pero el auge de Ciudadanos le ha roto los esquemas. El partido de Rivera crece a costa del electorado tradicional del PP –«los seres humanos normales»– con una vaga oferta regeneracionista y sus expectativas demuestran que el Gobierno dejó descubierto un flanco por el que no esperaba un ataque. Ese flanco es el del desencanto moral y el de la renovación política de un statu quo abotargado al que la conciencia popular responsabiliza del colapso de las instituciones. La crisis ha dejado una cuenta pendiente y el Gobierno se ve abocado a pagarla pese a haber hecho el trabajo más duro. Ni se trataba todo de la economía ni conviene creerse a Marx sin haberlo leído.