VIDAS EJEMPLARES
Test del algodón
¿Cuál es la diferencia ideológica entre Rivera y Cifuentes?
La primera generación de españoles que fue joven sin Franco estrenó un mundo distinto al de sus padres y abuelos. Para lo bueno y para lo malo tuvieron acceso a unas experiencias de ocio y costumbres que en cierto modo siguen siendo las mismas que experimentan los jóvenes de hoy, pero que en cambio no probaron los nacidos en los ásperos años treinta del siglo XX.
La mitificada Movida de los ochenta, por ejemplo, consistió mayormente en que por primera vez los padres dejaban salir a sus hijos de bolingón hasta el alba, sin preguntar demasiado qué pasaba en ese Triángulo de las Bermudas, sostenido a veces por la química. Las relaciones prematrimoniales se volvieron usuales. Las libertades políticas y personales pasaron a darse por hechas. Aunque España sigue siendo un país católico, con unos ocho millones de personas que acuden a misa, en la práctica la moral sexual se hizo más laxa, o más tolerante, también entre los creyentes. La obligación de pagar a Hacienda, que aprendimos con Lola Flores, el divorcio, la televisión multicanales y el aborto (que en un futuro se verá como una aberración de nuestro tiempo) pasaron a formar parte del paisaje. A diferencia de sus padres, quienes se criaron durante la Transición comenzaron a viajar al extranjero y muchos pudieron acudir a la Universidad. Además, tenían vehículo propio sin haber trabajado todavía, hito insólito en la generación anterior.
Salvo en el caso de personas fuertemente ideologizadas, el resultado de todo lo anterior fue una visión más material del mundo y un pensamiento liviano. Eso tuvo un efecto positivo: menos dogmatismo en las clases medias de centro, capaces de ver el mundo con sus propios ojos y no con las orejeras de un catecismo cerrado, como habían sido los nefastos comunismo y fascismo. Pero también consecuencias negativas: una pérdida de valores, un pragmatismo materialista sin agarraderas morales firmes, que en sus peores momentos convierte a las personas en veletas al compás de la oportunidad.
El PP es más serio con las cuentas que el PSOE y más firme en la defensa de España; y el PSOE es más suelto –o manirroto– con el gasto social. Pero los dos grandes partidos son más similares de lo que hace ver su inquina mutua, sobre todo cuando el pastoreo alemán deja, por fortuna, muy poco espacio para hacer calimocho con las cuentas (véanse las orejas gachas de los griegos). Los parecidos se han acrecentado además porque un sector emergente del PP se ha alejado del humanismo cristiano sobre el que se fundó su partido y en la práctica da por buena la ingeniería social de Zapatero, pues creen que la sociedad española la ha asumido y que ponerse ahora en contra les restaría votos.
Resultado: ¿qué diferencia ideológica hay entre Albert Rivera y lo que piensan de la vida Monago, Cifuentes, Santamaría o Feijóo? Pues digamos la verdad: ninguna. Eso traslada el debate político a los campos de la telegenia y la gestión, donde el pico de oro en alza cuenta con la efímera ventaja de que quien nunca ha gobernado no ha podido todavía equivocarse. Porque sigamos siendo sinceros: las ideas realmente nuevas que trae Rivera para España caben en la cara de un palillo.