VIDAS EJEMPLARES

El bochorno de no morirse

El insólito caso de Wilko Johnson y su vida extra

Luis Ventoso

EN algunas películas, como la azucarada «Ghost» o la sorprendente «El sexto sentido», con su espectacular pirueta final, se plantea la fábula de personajes muertos que siguen paseándose por la Tierra. Viéndolas en la modorra del sofá, todos hemos fabulado por un instante con esa hipótesis: asomarse desde el otro lado y ojear lo que queda atrás. ¿Cómo estarían las personas que tanto quieres? ¿Cómo te recordarían amigos y enemigos? Wilko Johnson, de 67 años, una estrella menor del rock inglés que este fin de semana toca en clubes españoles, ha pasado por la experiencia única de un trance así. Lo dieron por muerto y ahora lidia con el bochorno de no morirse.

De mozo, allá en los 70, y todavía con pelo, Wilko era el nervudo y alocado guitarrista de Dr. Feelgood, un grupo de pub-rock del estuario del Támesis, que acarició el estrellato pero nunca acabó de llegar. Sus fundadores, beodos impenitentes, le dieron tanto a la frasca que sus hígados fueron archivándolos en la morgue. No a Wilko, que, aunque tiene otras rarezas y de vez en cuando se ve acogotado por la depresión, es abstemio. Tras sobrevivir a su banda, en enero de 2013 le comunicaron que tenía un cáncer de páncreas y que solo le quedaban diez meses de vida. El músico seguía encontrándose bastante entero pese a la enorme gravedad de la enfermedad, así que tomó dos decisiones: rechazar la quimio y emprender una última gira.

Gracias al morbo de que seguía aquí de prestado, logró llenos hasta en Japón, el reconocimiento de quienes ya no lo recordaban y una invitación para grabar un disco con el cantante de los ilustres The Who. Luego pasaron los diez meses, la tremenda cuenta atrás, y llegó la Navidad. Wilko se encontró con un problema: después de todo el tinglado prefunerario que había organizado, llevaba ya dos meses de prórroga y no tenía pinta de morirse. Por fin, en abril de 2014, médicos de un hospital de Cambridge le plantearon que había una posibilidad de curación. Lo encerraron nueve horas en un quirófano y le extrajeron un tumor de tres kilos. Luego hubo dos operaciones más y quimioterapia. Entre los vapores de los calmantes, se enteró de que su disco teóricamente póstumo era el tercero más vendido en Inglaterra.

Lo mejor de la historia son sus enseñanzas. Al saber que sus días estaban tasados se dio la paradoja de que se sintió liberado: «Ya no tenía que preocuparme por el futuro, porque ya no tenía futuro». También empezó a disfrutar de los dones de la vida con otra mirada, recuperó «aquella intensidad de la juventud». Por último se le disparó la creatividad y descubrió, no sin sorpresa, que la gente le quería mucho más de lo que pensaba, pues puede ser un tipo fiero, con unos ojos glaucos de unas honduras a las que intimida asomarse.

Wilko, un ateo que no tiene la suerte de disfrutar del paraguas de la fe, explica divertido que está reajustándose a la idea de seguir vivo. Cuenta también que el mundo se ha vuelto para él un lugar mejor. Ha descubierto que tu vida es lo que quieras hacer con ella, que, como decía su colega John Lennon, si no la aprovechas, se convierte en «esa cosa que pasa mientras vas haciendo planes».

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