PECADOS CAPITALES

Los versos no tan libres del PP

Anda Rajoy enfadado con la deslealtad de los candidatos que ni ver quieren las siglas populares

Mayte Alcaraz

La deslealtad es siempre el refugio de los inseguros si no de los traidores. En los partidos políticos se practica con soltura cuando, de la barra de pan, tan solo queda el cuscurro. Y en el PP huelen la hambruna a 45 días de las elecciones: el horno de Génova, viejo y lento, ya no fabrica las chapatas crujientes y los comensales están a mordiscos... y no solo de pan. Por eso algunos candidatos, ungidos por el dedo divino de Mariano Rajoy, abjuran ahora de él y, lo que es más importante, de las siglas que les han aupado a las listas electorales del partido. Del extremeño Monago a la madrileña Aguirre, pasando por una larga lista de aspirantes a retener el magro poder territorial del PP, han decidido concurrir a los comicios del 24 de mayo marcando distancias con las siglas de Génova. Con un rap o con una crítica más o menos velada a la estrategia política o económica del Gobierno, algunos dirigentes confían en que, con su palmito como único atributo, lograrán el favor de los votantes.

Absurdo sería negar que muchos de ellos –los citados, desde luego– cuentan con un capital político propio que supuestamente sumará en la jornada electoral. Aunque autores hay que aseguran que los derrapes ideológicos sobreactuados también penalizan. Pero las generales de la ley indican que el juego poco limpio de aprovechar el paraguas político e institucional de un partido mientras se va de verso libre por la vida no es una práctica definitivamente admirable.

De ahí que, aunque en la Junta Directiva del lunes pasó casi inadvertida, la principal arenga de Rajoy –ayer volvió a repetirla en Ciudad Real– no iba dirigida ni a Cospedal ni a Arenas ni a Sáenz de Santamaría. El enfado supino del líder popular lo han provocado una serie de barones y baronesas que venden por aquí y por allá que lo suyo es ir por libres, trazar una línea en el agua que los haga superguays frente a un partido que ha impuesto la austeridad y anda tocado por la corrupción. Qué ir por libres: lo que sostienen –aunque solo en privado– es que la marca PP es un lastre y lo chachi es decir que uno es liberal frente al conservadurismo de las siglas; o que uno es de centro contra la ideología rancia de la caspa pepera. Un alarde de autonomía sobrevenida, solo justificada por la deslealtad más grosera.

Los exégetas de Rajoy se han abonado a la tesis de que el presidente está enfadado por el empeño de los suyos en echar sarmiento a la hoguera de las vanidades donde se queman algunos de sus principales colaboradores. Pero se equivocan. Los pulsos de poder pueden hasta divertirle después de pisar el ring en el que se pegaron durante años Gallardón y Aguirre. Gajes del oficio, concede. Pero por lo que no pasa, advierten los que le conocen, es por la impostura de quienes son candidatos del partido para lo que les conviene y se sacuden de él cuando amenaza tormenta. Eso no lo perdona. Ayer lo volvió a decir.

Los versos no tan libres del PP

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