VIDAS EJEMPLARES

«Todo muy bien»

Rajoy ha preferido hacerse el sordo que un jaleo a dos meses de unas elecciones

Luis Ventoso

No se conoce creación humana que supere en mala leche a las reuniones de comunidad de vecinos, las pachangas faltonas del fútbol veterano y los partidos políticos, con su camaradería tipo estanque de pirañas. El temible pero agudísimo Andreotti, que murió a los 94 años tras haber mangoneado Italia toda su vida, dejó la mejor definición del ambientazo amical de los partidos: «Hay amigos íntimos, amigos, conocidos, adversarios, enemigos, enemigos mortales… y compañeros de partido».

Las aguas bajan mansas cuando las urnas soplan a favor, cuando hay cargos para todos y escaños de senador a tutiplén en la Cámara Spa para los prejubilados. Pero a poco que se olfatee la posibilidad de una derrota, las dagas, que ahora toman forma de dosieres y filtraciones, destellan bajo los flashes de hipotéticos relevos.

Como en España nos conocemos todos, la bolsa de afectos en el PP es del dominio público. Aznar cree que a Rajoy le falta ideología, apertura liberal y nervio. Esperanza quiso derribar a Mariano en 2008, pero el presidente ha tenido que recurrir a ella ante los sustos demoscópicos, aunque en realidad le gusta tanto como perderse un partido del Madrid en la tele. La vicepresidenta y la secretaria general comparten un tenaz y educado desafecto, con puntapiés bajo la mesa y pellizcos por persona interpuesta. El señor Arenas, que por ahí sigue, y la señora Cospedal se llevan como suníes y chiíes (ayer Mariano los sentó a cada uno a su vera, como hacía don Pantuflo Zapatilla cuando reconvenía a Zipi y Zape tras una trastada). El sector clásico del PP, fiel a un humanismo de raigambre católica, convive con otro que considera que la modernidad consiste en opacar las señas de identidad conservadoras y adoptar un pragmatismo liviano. Para completar el cuadro, si en solo ocho meses Rajoy no ganase las elecciones –que las ganará, otra cosa es con qué mayoría– se abriría de inmediato una cruda batalla sucesoria, en la que se intuyen dos corredores, la vicepresidenta y el presidente de Galicia. Ambos, cada uno a su modo, ya trabajan para ese día.

Ese panorama provoca un mar de nervios. Algunos barones han aireado los líos del PP, que existen, pero que han sido exagerados por un periódico, que busca campañas que lo mantengan bajo el sol de la izquierda cuando los flotadores salvíficos de las multinacionales le han empañado su credibilidad zurda. Rajoy ha optado por hacerse el ciego ante el navajeo interno de sus leales (o no tan leales). Con 60 años sabe que lo malo de la autocrítica es que los demás se la creen y por temperamento concuerda con el general Sun Tzu, quien aseguraba que «la mejor victoria es vencer sin combatir». Su pasividad puede parecer enervante, pero ¿qué mensaje lanzaría al electorado cambiando al equipo del PP a dos meses de las elecciones locales y cuando su Gobierno está dando las mejores noticias de la legislatura? (véanse el paro del lunes y la extraordinaria nueva de ayer: por primera vez España ha cobrado por colocar deuda, algo que celebraríamos con orgullo si no fuésemos un país envenenado por el cenizismo).

Es cierto que dirigir el PP no debe ser un pluriempleo. Es verdad que reaccionaron muy mal ante la corrupción, que falta pensamiento en Génova, que el gallinero está alborotado. Pero eso debió arreglarse hace dos años y no en pleno ciclo electoral. Así que Rajoy, gallego al fin, ha sacado a pasear la sorna y su congelador de pasiones latinas y dice que «todo va muy bien». La paz en los partidos solo la trae la victoria en las urnas y nunca se han ganado unas elecciones sin unidad, algo que a su vez se logra solo… con victorias.

«Todo muy bien»

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