COSAS MÍAS

La corrupción de los demás

Los efectos de la corrupción dependen de los beneficiarios de la corrupción y, sobre todo, del relato sobre la corrupción

Edurne Uriarte

El PSOE acaba de ganar las elecciones andaluzas enfangado en el mayor caso de corrupción de la democracia española y algunos analistas insisten en que los ciudadanos castigan duramente la corrupción. Inasequibles al desaliento, contra la evidencia de un comportamiento popular mayoritario. Quizá porque los analistas, como muchos ciudadanos, castigan duramente la corrupción, sí, pero, la de los demás. La corrupción de los partidos del otro lado ideológico. Y les pasa algo parecido con la democracia directa y lo de los partidos descentralizados y controlados por las bases, que los quieren, como los ciudadanos, pero para los demás. Como lo demuestra ese escaso 20% de participación en las primarias de Podemos, ese partido que nació para acabar con el elitismo y las castas políticas.

Se entiende que los líderes políticos se atengan a la corrección política, que insistan en que los ciudadanos son honradísimos y, a diferencia de los políticos, abominan de la corrupción y se rebelan indignados contra ella. O que todo el mundo tiene una entusiasta disposición al activismo político. O a pagar impuestos, por ejemplo. Pretender ganar unas elecciones sin adular a los ciudadanos es como pretender conquistar a un hombre, o a una mujer, diciéndole que es feo y, además, aburrido. Del género suicida. Otra cosa es que los analistas también queden atrapados en la corrección política, mezclada con algunas gotas de sectarismo, en este caso.

Los hay que no paran de vaticinar los enormes problemas electorales que va a tener el PP por sus casos de corrupción. Son los mismos que no han dado una sola explicación de por qué los socialistas no han tenido, sin embargo, ningún problema electoral por la corrupción en Andalucía. A pesar de las evidencias, de las decenas de imputados, de la nula colaboración con la Justicia, de la responsabilidad de Susana Díaz; y a pesar del perfecto conocimiento de los andaluces sobre el caso.

Y es que los efectos de la corrupción dependen de los beneficiarios de la corrupción y, sobre todo, del relato sobre la corrupción. Si los beneficiarios están ampliamente repartidos como en el caso de los ERE y no concentrados en Bárcenas y cuatro nombres más, el delito se puede mezclar con el discurso de los trabajadores y jornaleros, socialistas, oprimidos por los señoritos, del PP. Y esto vale también para los que hacen el relato, se vuelve a hablar en los últimos días del relato, y, en efecto, importa. El relato de los analistas sobre la insoportable corrupción del caso Bárcenas y el confuso y menos relevante caso andaluz. O el relato agresivo de los socialistas contra la corrupción del PP, por ejemplo, en el Debate del estado de la Nación, y el relato a la defensiva del propio PP, como si aceptara que, en efecto, lo suyo es mucho peor que la corrupción socialista.

Todo lo que no implica desconocimiento alguno de los ciudadanos. Ni pretensión por mi parte de restar gravedad a la corrupción, obviamente. También me parece muy deseable que los ciudadanos participen masivamente en los partidos políticos. Pero ahí están los que daban lecciones de esto a los demás, los de Podemos, que se han quedado masivamente en casa, un 80%, a la hora de participar en las primarias de su partido. Es la distancia entre los ciudadanos ideales y los reales. Y entre el relato de los analistas y la verdad.

La corrupción de los demás

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