COSAS MÍAS

El síndrome Casillas

Lo de UPyD no tiene remedio. Lo del PP, sí; no sólo porque sigue vivo y coleando, sino porque parece en disposición de ir al médico

Edurne Uriarte

Que levante la mano quien no haya sufrido alguna vez el síndrome Casillas. Es más común que la gripe y consiste en la incapacidad para renovar ideas, costumbres y objetivos que no funcionan, o personas, claro está. Por comodidad, por obcecación, por apego a lo conocido, por miedo a lo nuevo. El síndrome nada tiene que ver con la inteligencia. De hecho, afecta a los inteligentes tanto como a los más torpes. No hay más que ver al Real Madrid, el mejor equipo del mundo, con un cuadro de técnicos fantástico, incapaz de asumir que su portero titular no está al nivel del resto de las estrellas del equipo y que va camino de acabar con todas las posibilidades de títulos de esta temporada. Y con el firme apoyo de Del Bosque.

En política, como en la vida, el síndrome Casillas es aún más común que en el fútbol. Y de vez en cuando hasta mata. Políticamente, quiero decir. Ahí está para demostrarlo UPyD, víctima moribunda del síndrome, incapaz de ver lo que vimos casi todos los demás, como en lo de Casillas, que el rechazo a la unión con Ciudadanos era letal. Que los ataques a Sosa Wagner eran suicidas. Que el liderazgo autoritario de Rosa Díez estaba acabando con el partido.

Ni siquiera con el certificado de defunción que fueron las elecciones andaluzas han reaccionado los líderes de Unión, Progreso y Democracia. Que aún podían intentar un milagro, una remontada heroica renovando el liderazgo y rectificando los graves errores que los han llevado a donde están. Pero ni así quieren retrasar el funeral, a la espera, quizá, de que ocurra algo extraordinario que los resucite. Un caso de corrupción que hunda a Ciudadanos, un error monumental e insalvable de Albert Rivera o cualquier otra cosa que no pasará. Como tampoco pasará que los adversarios del Real Madrid estrellen todas las ocasiones en el poste.

Lo de UPyD no tiene remedio. Lo del PP, sí; no sólo porque sigue vivo y coleando en los votos, en los apoyos y en las encuestas, sino porque parece en disposición de ir al médico para consultar su inicio del síndrome Casillas. Y para poner remedios que se lo curen antes de las elecciones generales. Otra cosa es que los remedios en política sean mucho más complicados que en el fútbol, porque no siempre coinciden con lo mejor, lo más correcto, incluso con lo más ético.

Las elecciones andaluzas han demostrado que a los ciudadanos les importa bien poco la corrupción, que muchos rechazan el discurso de la responsabilidad de la derecha y que bastantes minimizan o desprecian los éxitos de la gestión. Lo que no quiere decir que la derecha deba abdicar de sí misma, de sus logros y de su discurso, pero sí que debe repensar completamente la manera de transmitirlo a la sociedad. Sobre todo, a los votantes que se quedaron en casa en las andaluzas, la mayoría de los votos perdidos según el análisis de Narciso Michavila el domingo, a los que se pueden quedar en casa en las generales y a los que se han ido a Ciudadanos.

Tampoco se trata de que Mariano Rajoy se convierta en un líder peronista al estilo de Susana Díaz (qué magnifica definición de un político de Izquierda Unida), pero sí de que él y todos los dirigentes del Partido Popular hagan lucha ideológica en los terrenos donde siempre les gana la izquierda. Que sean políticos y no tecnócratas que gestionan países pero pierden elecciones.

El síndrome Casillas

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