Carreteras cortadas

La ambición de Susana Díaz tiene las carreteras cortadas hasta el otoño. Y paradójicamente depende de que Rajoy resista

Ignacio Camacho

SUSANA Díaz no se va a presentar este verano a las primarias presidenciales del PSOE. La principal razón es que detesta las primarias, como casi todos los patas negras del partido. Aunque hay más motivos. Uno, el más evidente, es que acaba de ganar las elecciones andaluzas tras un adelanto decidido por ella misma y no puede dar la espantá tan pronto sin dejarse todo el crédito en la maniobra. Otro, la necesidad de dar cierta estabilidad a la organización, de alejarla de los pulsos internos en que lleva sumida desde la caída del zapaterismo. Luego está su propia situación personal: será madre en julio. Y por último existe una cuestión de plazos, de estrategia de fondo.

La presidenta andaluza no confía en el liderazgo de Pedro Sánchez. Tampoco González, ni Zapatero, ni Rubalcaba, ni la mayor parte de la vieja guardia y de los barones que la han convertido en una esperanzada referencia de futuro. Pero el secretario general se ganó el puesto hace ocho meses y el partido no entendería una conspiración para liquidarlo en el primer año. Sánchez lo sabe y apela a esa legitimidad para asentar su arraigo, reforzando su potestas con golpes de advertencia como el que descargó contra Tomás Gómez, con la propia Susana como destinataria. Su cargo no peligra ni en el supuesto de un tropiezo electoral en mayo, unos comicios en los que el PSOE recuperará poder territorial con pactos de izquierda por poco satisfactorios que sean sus resultados. Díaz le ha puesto un listón de contraste: nueve puntos largos sobre el PP, y al lado de esa cifra apuntará las calificaciones que obtenga el primer secretario.

El examen final será en noviembre o diciembre Los susanistas creen que las generales las ganará Rajoy con una mayoría insuficiente. Opinan que el electorado tiende en las ocasiones decisivas a decantarse por conservar el statu quo, como ha ocurrido en Andalucía, y eso en España favorece al PP a pesar de su acusada tendencia bajista. Esperan sin embargo que se trate de una victoria apretada, de las que alumbran una legislatura inestable y corta, que podría serlo más si se abre a la reforma constitucional y la consiguiente disolución obligatoria. Ése es el horizonte del susanismo, el momento y la circunstancia en que lanzaría el asalto contra un liderazgo debilitado por la intentona fallida.

Hay un paradójico problema en ese diseño: que el PP se hunda antes de tiempo. Que a Sánchez le alcance la facturación para muñir una alianza alternativa con Ciudadanos. Entonces a Díaz le sucederá lo que a Bono, de quien heredó el estratega de cabecera. Tendría que conformarse con el poder virreinal andaluz o con un Ministerio en el que tenga plafonadas sus ambiciones. Pero ahora tiene las carreteras cortadas. Y una investidura lenta, cocinada a la brasa, no le va a ayudar si convierte su impecable triunfo del domingo en un mandato de vuelo emplomado.

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