LLUVIA ÁCIDA
Corruptos
La corrupción no es en España un catalizador de cambios, sólo una estufita de cabreos pasajeros
Me resisto a considerar a los andaluces seres de una catadura inferior, más sobornables que cualquier otro español, y por tanto cómodos sólo ellos en un ambiente de corrupción como en un almíbar folclórico. De hecho, son atroces los prejuicios xenófobos que gravitan en este sentido sobre las interpretaciones electorales sin retirar a los catalanes la presunción de superioridad europea y cosmopolita ni siquiera después de haber convivido sin rechistar durante tres décadas con la cleptocracia pujolista, cuyo partido aún gobierna como el de los ERE en Andalucía. Somos todos así. Admitámoslo casi con alivio y celebremos con un abrazo el descubrimiento de que, aparte de El Corte Inglés y la Liga de fútbol, también nos vertebran como unidad de destino la laxitud moral ante la corrupción y la indulgencia sectaria. ¿O es que alguien creyó que íbamos a salir de la crisis y de las cuerdas de presos televisadas en directo convertidos en ciudadanos calvinistas de la Europa fría? ¿O es que de verdad alguien creyó que las clases políticas corruptas no eran una emulsión social, sino que estaban compuestas por pérfidos alienígenas ajenos a nuestra naturaleza pura y honrada?
Obsérvese en los resultados lo poco que «empoderan» los indignados y los centinelas del ideal colectivista del Estado. No «empoderan» como para acometer ese vasto proyecto de redención pública y desmantelamiento del régimen. Como mucho «empoderan» para usurpar a la IU de los tiempos de Anguita la condición de tercer personaje en un juego cuyas reglas no cambian. También es un descanso para Podemos: la vida del político profesional integrado y en negociación de pactos es más llevadera que la del profeta y salvador de pueblos. Pero todo demuestra que la corrupción no es en España un catalizador de cambios, sólo una estufita de cabreos pasajeros que al final encuentra asiento en su huequito cultural.
Esto constituye una buena noticia para el PP, puesto que coincide con un auto judicial que a falta de condenas sugiere que Bárcenas no fue un delincuente que se les coló, como decía la consigna multiplicada por las cacatúas, sino que toda su espina financiera de tesoreros estuvo siempre podrida. En la autodestrucción del PP operan otros factores, los ideológicos, las promesas traicionadas, las deserciones en los principios, la grave falta de capacidad de los cuadros promocionados –todos juntos no ganan un quesito al Trivial–, la abulia incapaz de resistir al dinamismo de los recién llegados al barrio con afán de quedárselo. Por encima de todo, la parsimonia de Rajoy, que es la del rinoceronte que aún camina mientras se le van clavando dardos narcóticos en el culo. La única del PP que lo ha comprendido es Esperanza Aguirre, candidata del PP que hace su campaña contra el PP para desviar el voto del rencor a su compañera de ticket, la oficialista. Ni vistiéndose de buzo en su «gymkana» electoral logrará Carmona que Aguirre repare en él y lo declare adversario.