POSTALES

El chalaneo griego

Tsipras tiene en la Unión Europea más aliados de los que parece, empezando por Renzi, que tampoco ha hecho las reformas prometidas

José María Carrascal

Como de Andalucía sólo hablan hoy los andaluces, me centraré en la crisis griega, también con el aire engañoso del Mediterráneo profundo.

Tras haber hecho no sé cuántas promesas de ajuste a sus socios europeos e incumplir todas ellas, con disgusto creciente de estos, Tsipras se presentó en Bruselas dispuesto a vender de nuevo la burra, ya que su ministro Varufakis estaba demasiado visto. Se le recibió como al amigo que da sablazos y con los recelos correspondientes. Pero volvió a Atenas con 2.000 millones de euros en ayuda humanitaria y la advertencia de que, de no cumplir lo prometido, se acabó lo que se daba. ¿Les ha engañado de nuevo o son los veinte euros que se dan al amigo sablista para que coma aquel día y quitárselo de encima?

Pues las dos cosas. A Grecia se le acaba no sólo el dinero, sino también el tiempo, y como no presente en diez días una lista convincente de los ajustes que le han exigido, no recibirá el dinero que necesita para no hundirse, al lado del cual los 2.000 millones son calderilla.

Pero tampoco hay que olvidar que Tsipras tiene en la Unión Europea más aliados de los que parece, empezando por Renzi, que tampoco ha hecho las reformas prometidas, pero que, muy a la italiana, ha elegido la sonrisa en vez de la confrontación, y Hollande, que va a paso de tortuga en ellas, debido a la resistencia que encuentra en todos los estamentos franceses y al bajón de popularidad –o autoridad– que sufre. Sin olvidar a Juncker, en un cargo clave, la presidencia de la Comisión, para el que nunca debió ser elegido, al pertenecer a un país en el extremo opuesto de lo que es una comunidad de naciones: un paraíso fiscal. Legalizado, para más inri.

Es en lo que confiaban y aún confían Tsipras y Varufakis para seguir viviendo de gorra. ¿Lo conseguirán? Todo depende, como tantas cosas en Bruselas, de Alemania, que es la que pone la mayor parte del dinero. Angela Merkel y su ministro Schäuble habían dicho «se acabó el chollo», pero han accedido a ese último desembolso. ¿Para cargarse de razones antes de dar el paso definitivo dejando caer a Grecia del euro o por miedo, como creen Tsipras y Varufakis, a que esa salida provoque un terremoto en Europa? Dado que, según todos los expertos, ese terremoto no se va a producir, mi idea es por lo primero, cargarse de razones, unido a ese complejo de culpa que aún les queda a los alemanes por lo ocurrido en la Segunda Guerra Mundial, aparte de los ruegos de Hollande, socio indispensable para mantener la Unión Europea.

Una última advertencia al respecto: si Tsipras tiene que tener en cuenta a su opinión pública, también tienen que tenerse en cuenta a las del resto de los socios europeos –la alemana incluida–, hartas de que los griegos se permitan el lujo de no hacer sus ajustes y vivir del cuento. Por eso les decía que está crisis tiene el aire engañoso del Mediterráneo más profundo. Sin Ulises.

El chalaneo griego

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