LLUVIA ÁCIDA

El hueso

Madrid no sabe ya cómo compensar todas las derrotas en las designaciones olímpicas y necesita ganar en algo

David Gistau

Volvamos a la teoría de las hadas mecánicas de Foxá. La ciencia presenta pruebas o provoca causas donde antaño sólo era preciso creer. En lo que concierne a las reliquias, hemos cambiado la fe por la prueba del carbono 14 o la del ADN, sin la cual el esqueleto hallado bajo un aparcamiento de Leicester jamás habría sido aceptado como el de Ricardo III. Cuántas creencias antiguas, cuántos santuarios de peregrinación, alrededor de los cuales surgió un imperio hostelero, quedarían desbaratados si los sometieran a examen los miembros del CSI que descendieron con sus batas blancas a acreditar huesos en los sótanos de las Trinitarias.

Fui vecino de la calle del León. Pasé a diario por delante de la placa fijada en la fachada del convento: «... que por su última voluntad yace...». No puede decirse, por tanto, que no se supiera que Miguel de Cervantes estaba enterrado allí. Otra cuestión es que no le importara a casi nadie, que no se hubiera constituido de forma espontánea un espacio de devoción comparable al de la tumba de Jim Morrison en Père-Lachaise o la de Poe en Baltimore. No menciono la de Shakespeare por no admitir nuestra derrota funeraria en semejante rivalidad, un clásico europeo en la UEFA del Parnaso. Entiendo que la expedición científica a las Trinitarias pretendía dotar a una rutina del barrio, a algo ya sabido, de un interés sobrevenido capaz de provocar lo que los expertos llaman «gran impacto en el sector turístico». Que en el barrio se vendan aún más raciones, vaya, gracias a una reliquia avalada por la ciencia que además justifique, con más peso que los espejos esperpénticos del Gato, la denominación de Barrio de las Letras que ha inspirado la decoración de tantas tabernas que antaño iban todas a atascarse en una única unidad de destino: las patatas bravas. El interés por los restos de Cervantes al que hemos sido arrastrados por la administración municipal me hace pensar que Madrid no sabe ya cómo compensar todas las derrotas en las designaciones olímpicas y necesita ganar en algo, así sea con un muerto. Porque a los que han quedado fascinados con esa horrenda montonera de la putrefacción en compañía jamás los vimos en las Trinitarias, y eso que la placa está escrita con un cuerpo de letra bien grande que es posible leer sin gafas. Parece que adorar el hueso exime de la lectura del Quijote para obtener el diploma de cervantino fetén.

Para completar el ridículo, la ciencia ni siquiera ha sido capaz de acreditar el hueso. Todo su dictamen ha sido escrito en condicional –conjeturas, probabilidades, una mandíbula en particular podría ser...–, con lo cual volvemos a un estadio anterior en la consagración de reliquias, el de la fe. La ha tenido el periodismo orgánico. El informe endeble de los científicos no le ha impedido soltar toda la pirotecnia de «¡Oh, es él!» que tenía preparada como si estos Juegos sí tuvieran que venir a Madrid por narices. Mira que si al final encuentran a Cervantes en Río de Janeiro.

El hueso

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